He leído a varios escritores que están en desacuerdo con el Nobel de Literatura a Bob Dylan. Quizá es porque han enfocado el debate de manera que pudieran ganarlo.
Tal y como solemos hacer los periodistas con la Libertad de Prensa o los caricaturistas con los Límites del Humor, la manada de escritores huye sedienta hacia el claro donde les gusta abrevar, el de Qué Es Literatura.
Ahí se sienten seguros porque, cuanto más se prolonga el debate, se hace más fuerte la posibilidad del KO. Pero si creen que pueden llevarse a ese abrevadero discursivo el Nobel de Literatura a Bob Dylan, tendrán que soportar que alguien pueda acercarse, orinar en él y amargarles un poco el trago.
No hace falta sobreactuar ante los méritos literarios del cantante y decir que la letra de One More Cup Of Coffee vale tanto como un poema de Derek Walcott, o al contrario. Es absurdo y sólo sirve -como han visto aquí mismo hace una línea- para exacerbar el lucimiento del abajofirmante, su debilidad por el name dropping, y en definitiva, para hablar más de uno mismo que de Bob Dylan.
También hay gente que ha dicho que el primer Nobel cantante no fue Dylan, sino Isaac Bashevis Singer. Un chiste excelentemente apropiado, pero basta de circunloquios: Dylan es un compositor e intérprete de canciones, no hace falta disfrazarlo de nada más para reconocer sus méritos.
El asunto no es si lo de Dylan es Literatura (qué artificioso también esto de escribirlo siempre en mayúsculas, porque cuando Dylan hace música nadie dice Música) sino si el Nobel de Literatura ya no premia sólo a escritores sino también a otros artistas. Quizá, queridos lectores, haya que considerarlo ya de facto como un Nobel de las Artes, aunque por tradición se siga llamando de la misma forma como Alfred Nobel lo bautizó en 1901.
Llevan casi un siglo de retraso
Les recomiendo leer un reportaje de Fermín Grodira en El Confidencial sobre el Nobel de Medicina, que desde hace tiempo no ganan apenas médicos sino investigadores básicos cuyos descubrimientos acaban convirtiéndose, años y millones de dólares después, en por ejemplo, un nuevo tratamiento farmacológico contra el cáncer.
Ese es el quid de la cuestión. Los Nobel de ciencia llevan toda la vida mutando, bajo las mismas tres denominaciones (Medicina, Física, Química) porque de lo contrario no podrían reconocer la excelencia de la investigación en nuevos campos como la biología celular o la nanotecnología. Y al de Literatura ya le ha llegado la hora. Hay quien ha hecho chistes al respecto pronosticando en el futuro un Nobel para cineastas o coreógrafos. Como dicen los angloparlantes, now the joke is on you.
Los Nobel de Literatura, es cierto, han ayudado a establecer un canon literario. De alguna forma, fotografiaban el estado de la Historia de la Literatura, sí, y como se ha repetido hasta la saciedad, dejaron escapar a Jorge Luis Borges, pero piénselo, también a Alfred Hitchcock, a Tetsuji Takechi o a Igor Stravinski, que en el siglo XX hicieron algo parecido a lo que hizo el argentino pero con el cine, el teatro Kabuki o la música clásica. Individuos, en definitiva, que han trascendido lo individual para influenciar el transcurso de su disciplina artística.
Si los Nobel de ciencia no hubieran asumido el cambio que el Nobel de Literatura parece haber asumido al fin, el zoólogo James Watson y el neurocientífico Francis Crick nunca habrían ganado el Nobel de Medicina por descubrir la estructura del ADN. Probablemente también Rosalind Franklin, que era química y cristalógrafa de rayos X, debería haber ganado el Nobel de Medicina con ellos.
En resumen. En 2016 un biólogo molecular puede ganar el Nobel de Medicina, un matemático puede ganar el Nobel de Física… ¿pero un cantante no puede ganar el de Literatura? Tócate la armónica.