Una de esas cosas que uno recuerda de hace años aunque ya no recuerda el nombre ni la cara del protagonista. Hace 15 años, tuve un profesor de inglés en Australia que era un apasionado de la radio. Y él, en nuestras clases, hacía un pequeño descanso cada 15 ó 20 minutos. Ponía una canción o un vídeo, hacía un pequeño juego, lo que fuera, antes de seguir hablando de cómo emplear el subjuntivo. El motivo era la radio, claro. Decía que tenía comprobado que, gracias al efecto de la radio y la televisión, ya era imposible mantener la atención del alumno durante más de 15 minutos: hacía falta una breve desconexión para volver y retomar la clase con fuerza.
Es una reflexión escalofriante pero tiene mucho sentido. He pensado en aquel profesor durante estos días, al repasar algunas declaraciones achacando a los medios el haber encumbrado a ciertos partidos políticos y actores dentro de ellos.
Es sintomático cómo al principio se criticaba -principalmente desde el Partido Popular- que la televisión hubiera encumbrado a Pablo Iglesias y a Podemos. Antes de darnos cuenta, también teníamos a Pedro Sánchez y Albert Rivera haciendo giras por distintos programas de entretenimiento y tertulias. Y ahora, incluso el PP ha presentado a Pablo Casado, su propio su torpedo telegénico, para bombardear posiciones progresistas desde dentro de la caja tonta. Es tan obvio que ofende.
Además, salvo los de Podemos – más obligados a seguir un guión de normalidad con dientes irregulares, dioptrías y alopecia- todos los demás son intercambiables en cuanto a imagen y perfectamente capaces de sustituir a un presentador del telediario.
Hace poco, un amigo que escribe en Jot Down, me dijo delante de unas cervezas que son políticos a los que te imaginas siempre desgañitándose en un mitin, o en una entrevista en prime time, pero nunca en una reunión de ocho horas debatiendo la modificación de una cláusula dentro de una ley. Más o menos. La brillante idea es suya, los previsibles ejemplos son míos.
Así que bueno, este es el escenario ahora. Hemos tardado en llegar, pero ya estamos donde preveía Feuerbach, citado aquí (página 7) por Debord. Las cursivas son suyas, los enlaces son míos:
«Y sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… Lo que es sagrado para él no es sino la ilusión, pero aquello que es profano es la verdad. Más aún, lo sagrado se engrandece a sus ojos a medida que decrece la verdad y que la ilusión crece, tanto y tan bien que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado».
No creo que hasta ahora hayamos tenido en España un producto audiovisual como presidente, ya que, pese a que Zapatero se esforzara por serlo, labró su carrera más en oscuros despachos que frente a las cámaras, dejando esta labor a los profesionales. Pero es probable que el próximo -dure lo que dure Rajoy- lo sea. Y mi duda es… ¿caducarán estos políticos como caducan los productos televisivos?
Vemos a los «políticos de la Transición», nos gusten más o menos, como un ruido blanco. Están ahí, murmurando al fondo de la sala. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, oigo a Albert Rivera soltar una fallida ocurrencia en televisión o a Pablo Iglesias tararear la Marcha Imperial en un mitin y me invade una sensación de hartazgo. Están tratando constantemente de captar mi atención, de estimularme, y al escucharlos mientras pico verduras para el gazpacho en la cocina pienso «joder, estoy hasta el rabo ya de esta gente».
Porque si hasta La Hora Chanante dejó de ser graciosa, si ya apagamos la tele cuando nos ponen otro capítulo de Halloween de Los Simpsons cualquier otro día… ¿Cómo espera Pablo Iglesias mantener el share de aquí a noviembre? ¿Cómo espera Albert Rivera mantener el misterio de su frescura?
[Ojo, Pedro Sánchez parece ser más consciente de esta lógica. En la primera temporada de su serie, al ser elegido, se nos presentaba como un Zapatero 2.0 que firmaba acuerdos con el Gobierno en modo patriota, en la segunda giró a la izquierda para gritar en una subida del Ebro «dónde coño» estaba Rajoy, en la tercera dijo que no pactaría con Podemos con gran capítulo sorpresa en la Season Finale, y en la cuarta temporada ya se nos ha puesto delante de una bandera al estilo demócrata yanqui. ¿Esquizoide? Sí. ¿De fiar? En absoluto, pero cuidado, sabe de sobra lo que le pide un público imagocéntrico y seriéfilo a un político para seguir en antena.]