¿Los periodistas no somos el enemigo? Ojalá lo fuéramos

El pasado 15 de agosto, en una iniciativa del Boston Globe abanderada por el New York Times, unos 350 medios estadounidenses publicaron editoriales conjuntos bajo la premisa de que la prensa no es enemiga del pueblo.

El mensaje no iba dirigido tanto a sus propios lectores como al presidente Trump, que es quien ha vertido esos juicios en múltiples ocasiones. O quizá a ellos mismos, porque en este gremio se combinan asombrosamente bien la arrogancia y la inseguridad: «Soy imprescindible para la democracia, por favor dime que me amas».

¿Por qué los periodistas necesitamos constantemente esa palmadita en la espalda? ¿Por qué han obligado los medios estadounidenses al Senado a emitir una declaración afirmando que una democracia necesita de una prensa libre, no era ya algo obvio?

Nuestro problema, parece claro a estas alturas, no es Trump sino la falta de confianza de los lectores y espectadores. El presidente estadounidense es un ser aborrecible por muchos motivos, pero a veces hace falta alguien que te odie para señalarte lo obvio: que en los medios de comunicación los controles de calidad se han derrumbado, que usamos el corporativismo para defendernos de las críticas, que aunque las ‘fake news’ sean irrelevantes todavía publicamos muchísimas noticias de mierda, que los grandes medios están en manos de oligarquías con intereses evidentes. Que nadie sabe bien cómo ganar dinero sin venderse.

Por supuesto, un periodista siempre se siente libre cuando escribe, pero como diría Rousseau, está encadenado a todas partes. Ninguno lo decimos en voz alta, así que cuando alguien en redes sociales nos lo grita, nos ofendemos muchísimo.

Dicho lo cual. Nuestro trabajo es dar por culo, a Trump o a quien sea que esté al cargo. Y lo más normal es que aquellos a quienes jodemos nos consideren el enemigo, lo cual es perfectamente compatible con la necesidad del periodismo en una sociedad democrática.

Como periodista, yo trato de ser justo y advertir con antelación y claridad cuando voy a publicar algo negativo contra alguien. No trato de pillar a la gente desprevenida o llamarles un viernes a las 22:30 de la noche diciéndoles que al día siguiente se va a encontrar un artículo que les va a joder la vida, intento darles tiempo. Aún así, mucha gente me considera un enemigo. ¡Es normal!

¿Cómo no iban a hacerlo? Soy un tipo que llama a un gabinete de prensa diciendo que tiene una información horripilante sobre la empresa y que pienso publicarla. Puedes haber tenido cuidado y que el 99% de tus actividades sean completamente legales, pero yo soy el cabrón que aparece con un único contrato de hace siete años que contraviene toda legislación laboral. ¿Cómo no ser el enemigo?

Hace poco escribí un correo a una institución pública solicitando información para hacer una visita a un laboratorio. Sé que leyeron el correo pero nunca me contestaron. ¿Cómo iban a hacerlo? He publicado varios artículos poniéndolos a caer de un burro, y los que quedan. ¡Claro que soy su enemigo! Por supuesto que hay alguien ahí que dice ‘a ese tío ni agua’ o algo por el estilo… ¿pero qué otra cosa puedo esperar?

O ese ‘dircom’ de un alto cargo del anterior gobierno que me declaró persona ‘non grata’ e incluso me dijo que por mi culpa jamás cogería el teléfono a nadie del periódico donde trabajo. No tenía razón en absoluto, todo lo que publiqué sobre su representado era cierto, pero ese artículo mío le hizo pasar un día de mierda. ¿Cómo no ser su enemigo?

O a ese jefe de prensa que me dijo «no sé por qué quieres sacar eso de nuestra compañía, es que no tiene ningún interés informativo» y luego lo vio publicado en el periódico del domingo. ¿Cómo no ser su enemigo? Él seguramente sólo quería acabar su jornada a las 17:00 e irse a su casa a disfrutar de su familia o su mascota cuando un no-se-quién le llamó para joderle la tarde del viernes y tirarse el fin de semana en tensión tratando de rebajar la hostia que le íbamos a dar dos días después a su empresa.

Yo respeto a quien trabaja en un gabinete. Sé que me van a ocultar información que les perjudique, que van a tratar de amortiguar cualquier escándalo, que la reacción de sus portavoces muchas veces no estará a tiempo de la hora del cierre porque prefieren una no-declaración a una declaración que les pueda traer problemas. ¡Claro que lo entiendo!

Por eso mismo no voy diciéndole a quien trato de tocar las narices que no soy su enemigo. Como dijo el Príncipe, «es mejor ser temido que ser amado, si no puedes ser las dos cosas«.

Y ya ni hablemos de los lectores, muchos de los cuales me han bloqueado en Twitter sin haber mediado nunca intercambio con ellos. Algunos me odian por facha (signifique lo que signifique esto a estas alturas), otros por ecologista, otros por estar a sueldo de Monsanto o por ser un «alarmista del cambio climático», y qué mas da, el caso es que mis noticias les perturban.

Y yo que me alegro.

Mi lector ideal es el que entra con desconfianza y colmillo retorcido a buscar en mi artículo algo que le haga saltar. «¡Lo sabía, este tío es un saco de mierda!» A veces llevan razón de verdad y otras se ponen a rabiar con el pie de foto que hay bajo el sexto párrafo, pero esa debe ser, en mi opinión, la relación natural con alguien al que acabas de sacar de su zona de confort.

El editorial conjunto estadounidense muestra a una prensa insegura, que pasó de decir «tenemos que hacerlo mejor» cuando infravaloraron la victoria de Trump a darse cuenta de que cambiar es muy difícil y es mejor reafirmarse en que nosotros no podemos estar equivocados porque los Padres Fundadores creían en la importancia del periodismo.

«¿Cómo pueden los periodistas demostrar que no son el enemigo?», se preguntaban esta semana en Vox. La respuesta corta: «Haciendo mejor su trabajo«. El intercambio incluye consejos interesantes, como que debemos dejar de analizarlo todo como un debate de dos puntos de vista. En España hacemos exactamente lo mismo —lo que dice la derecha contra lo que dice la izquierda— en todos los asuntos, desde los restos de Franco a la maternidad subrogada. «Algunos asuntos tienen cuatro lados. Algunos tienen uno. Pero no hay muchos asuntos con dos puntos de vista, el Republicano y el Demócrata, igualmente válidos», dice este Bacon Perry, y añade: «El modelo de ‘ambos lados’ logra molestar a la izquierda y a la derecha, y socava la confianza en los medios».

Lo que decíamos. Basta una pizca de pereza, otra de incompetencia y otra de inseguridad para que brote la frase mágica: «Siempre hemos hecho las cosas así y no nos ha ido mal».

Luego hay otros temas, claro, pero básicamente todos tienen la misma raíz. Una prensa tan arrogante como insegura, enhebrada desde hace décadas en el ‘establishment’ que ni siquiera ve necesario explicar sus decisiones editoriales a los lectores —por qué un medio sustituye su cúpula directiva y línea editorial coincidiendo con un cambio de gobierno, por qué lo que iba a ser caviar informativo empieza a mezclarse con mortadela o por qué se aceptan dádivas de un gobierno regional al que supuestamente detestan en sus editoriales— y sin embargo echa a temblar cuando interpreta que esos mismos lectores tienen mala opinión de ella.

Fíjense que hasta yo me autocensuro dando nombres en mi blog, tal es la gangrena moral que sufrimos en el gremio. Ay, no sé. Cada vez me gusta más esta profesión pero al mismo tiempo me pone de una mala hostia tanta… argh, no sé ni cómo llamarlo.

Otro inciso sobre la campaña. Si tan expertos en el uso del lenguaje somos los periodistas, ¿por qué emplear una frase negativa como eslogan? Como han dicho muchos, incluido George Lakoff, eso ayuda a reforzar la idea y recuerda al célebre «I am not a crook» de Nixon.

El ejemplo final es este. En la jeremiada del Boston Globe —aclaro que es uno de mis periódicos favoritos y de los que más respeto del mundo, pero en una guerra yo siempre estaré en el lado de los informadores y esto al final es un editorial— mencionan esta cita de John Adams:

«The liberty of the press is essential to the security of freedom»

Y luego añaden este párrafo tan negativamente glorioso. «Durante más de dos siglos, este principio fundacional americano ha protegido a periodistas en nuestro país y servido de modelo para naciones libres en el extranjero. Hoy está seriamente amenazado. Y envía una alarmante señal a déspotas desde Ankara a Moscú, de Pekín a Bagdad, de que los periodistas pueden ser tratados como un enemigo doméstico».

¿En serio? ¿La antipatía de Trump hacia la prensa envía una señal alarmante a los países que más periodistas encarcelados tienen actualmente?

En 2017, según el Comité para la Protección de los Periodistas 73 compañeros fueron a prisión en Turquía y 41 en China por hacer su trabajo, pero para un ególatra y ombliguista chupatintas encaramado a su torre de marfil de Nueva Inglaterra, lo que manda una «alarmante señal» es que el presidente critique a la prensa que hace su trabajo y le pone a caer de un burro cada día.

No me extraña que la gente nos haya perdido el respeto.

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