Los recortes como fatiga del lenguaje

El otro día leí una interesante entrevista de Esther Palomera a Eduardo Madina en la que algo me llamó la atención. En un momento dado le preguntaba por la abstención del PSOE a la investidura de Rajoy o, más concretamente, cómo podían ellos permitir que siguiera gobernando «el partido de los recortes».

En ese momento, en mi cabeza, no sé si se me encendió una bombilla o se me apagó un plomo. Para averiguarlo he escrito este post.

En muchos casos, los periodistas analizamos la gestión del Gobierno y otros aspectos de la realidad como si La Crisis® nunca hubiera existido. De alguna forma, hemos creado ese marco mental —o alguien lo ha creado para nosotros— de que el Gobierno ha recortado porque sí, porque está en su ideario retrógrado y no tanto porque la UE nos lo exigiera a cambio del rescate. Zapatero empezó a aplicarlos en lo que entonces se llamó «el mayor recorte social de la historia» y luego Rajoy continuó. Si el PSOE hubiese ganado en 2011, habría tenido que hacerlos igual.

Claro, hay gente que opina que podríamos haber salido de la crisis de otra forma, sin recortar nada, aplicando medidas de contención del fraude fiscal, fusionando las diputaciones y otras ideas del estilo. Aún hay mucha gente que lo piensa, pero menos que cuando Alexis Tsipras también lo pensaba. En cualquier caso, esto no va sobre economía sino sobre precisión.

En fin, en uno u otro momento, todos hemos comprado un poco esa noción de los recortes del PP. Con un «no a los recortes» en cualquier cosa: ciencia, educación, sanidad o cultura siempre pareces sensible a las necesidades de los ciudadanos.  Porque la alternativa sería mojarse.

Se escucha a menudo: «Si queremos ser un país moderno y competitivo, no podemos recortar en investigación».

Y estoy de acuerdo, pero a eso casi nadie responde «vale, pero tenemos que ahorrar igualmente miles de millones de euros por imperativo comunitario, ¿de dónde los quitamos?», porque ello equivaldría a tener que pensarlo, reflexionarlo y quizá decir «de defensa», que es mojarse poco porque la primera opción siempre es defensa, ¿pero y si sigue faltando pasta? ¿Congelaría usted las pensiones para mantener la I+D? ¿Frenaría la reposición de funcionarios en otras áreas para incrementar el presupuesto en ciencia, sanidad o educación?

Bueno, o cualquier otra partida que a alguien siempre le parecerá intocable.

Así llevamos varios años, no queremos recortes y si recortas en algo me enfado y no respiro.

Por ejemplo, dos recientes: Ciudadanos se niega a recurrir a los recortes para cumplir con Bruselas. O Batet: «Dijimos ‘no’ a Rajoy, a la corrupción, a los recortes y a la falta de diálogo con Cataluña». De Podemos, ERC y otros hay unos cuantos más en la hemeroteca.

No me malinterpreten y piensen -no sé si puedo evitarlo ya a estas alturas- que soy un facha que con este post solamente pretende exonerar al PP. Simplemente me gustaría no contribuir más, en la medida de lo posible, al escenario actual, por el cual los periodistas y los políticos jugamos en un tablero sin reglas con piezas imaginarias y sólo gana la partida quien saca la pieza más loca y desproporcionada. ¿Es eso lo que llamamos populismo? Yo al menos sí. ¿Entonces los medios estaríamos contribuyendo a hinchar ese populismo que, en otros ámbitos, tanto despreciamos? Porque cuando la respuesta de un político es que si no hubiéramos hecho recortes habríamos creado millones de empleos por lo cual en España no tendríamos apenas paro y no harían falta recortes, cómo habrá sido la pregunta previa del entrevistador.

Los recortes son ya una tautología como las del discurso amoroso de Roland Barthes: «Te adoro porque eres adorable». O en otras palabras, también suyas, una fatiga del lenguaje.

En fin, independientemente de los recortes, el Gobierno ha hecho deméritos en estos cuatro años para no votarles. Por ejemplo, el asunto de la policía política de Fernández Díaz, la no gestión del problema con el Fondo de Reserva de la Seguridad Social o —algo que como ciudadano me enerva personalmente— haber extendido sus redes de influencia mucho más allá del poder legislativo para entrar a fondo en RTVE, el CGPJ o incluso el Consejo de Seguridad Nuclear, organismos que por el bien del país deberían gozar de independencia en sus decisiones. Es una forma de corrupción que, por desgracia, casi nadie considera corrupción pero que es más consciente e ideológica que los recortes que, mejor o peor, pero por cojones, han tenido que llevar a cabo.

Decir no a los recortes, que van a tener que hacer igualmente y que cualquier otro partido tendría que hacer, es infructuoso. Ahora comienza, tras meses de incertidumbre, una nueva legislatura con la amenaza latente de que habrá que recortar otra vez, para empezar, 5.500 millones. Sería un buen momento para que los medios afrontásemos las críticas y exigencias al gobierno de una forma más seria, no juzgándoles sólo por recortar, en abstracto, sino por las decisiones concretas que han tomado o pretenden tomar. Sé que muchos compañeros lo han hecho siempre así, pero no me negarán que la coletilla del «partido de los recortes» está muy generalizada.

Creo, sinceramente, que siendo más rigurosos con esto pondríamos al Gobierno en mayores apuros de los que han tenido hasta el momento. Porque ellos, como nosotros y como la oposición, tendrían que mojarse. No a los recortes, bien, pero a cuáles, y a cuáles recortes sí. O en otras palabras:

He de decir, a veces me llevo alguna sorpresa. El otro día escuché en un debate de La Sexta a un socialista llamado Ignacio Urquizu y dijo algo que me pareció esperanzador. Habló de que había otra forma de gobernar, cambiando cosas en áreas donde Bruselas no tenía exigencias puestas, como diciendo que va a haber cosas innegociables y dolorosas que tendremos que asumir sí o sí, pero en otras áreas se pueden hacer muchas cosas de forma distinta.

Fue un jarro de agua fría muy refrescante después de tanto tiempo cociéndonos al vapor de la golosina verbal.

Siempre lo hemos hecho así

Así que Playboy ha decidido transformarse en una revista más fina, enfocada a ser lanzada sobre una silla de Mies van der Rohe en lugar de ser metida bajo el colchón con dosis cada vez mayores de acartonamiento. Dado que estoy en la franja superior de edad a la que ahora se dirigen, urbanitas de 25 a 35, con estudios y que todavía se hacen pajas, me dispongo a trazar ciertos paralelismos al respecto, siempre con línea gruesa.

Seguro que la han visto ya, pero incluyo la foto de la última portada para aumentar el tiempo de permanencia en pagina, el engagement y todas esas chorradas.

  

En primer lugar, aplaudo el salto al vacío. No más tías en bolas, ni dentro ni fuera. Si no les sale bien, se hundirán en la irrelevancia -les quedaba poco para llegar. Nunca volverán a los años 70, pero al menos han demostrado tener cierto amor propio y sangre, más allá de los cuerpos cavernosos. Conocemos de cerca cabeceras que tuvieron un pasado glorioso igual que Playboy, y que hoy caen en ventas igual que Playboy pero no han tomado aún una decisión drástica como ésta.

¿Por qué Interviú no se hace más fina en vez de buscar portadas cada vez en pantanales más infectos? ¿Por qué ningún diario deficitario ha apostado, como en EEUU, por una única edición semanal en papel con gran calidad y el resto en web? ¿Por qué aferrarnos a tradiciones absurdas como si ABC conserva o no la grapa, cuando parece más cercano el día en que veamos un ABC sin periodistas, pero aún con grapa? Etcétera. 

Aquí en España todos estamos intranquilos, pero no lo suficiente como para plantear un golpe de timón como éste de Hugh Hefner, que básicamente anula la base fundamental de su negocio, aquello por lo que era conocido, para seguir existiendo.

Playboy ha decidido que, ante la enorme oferta de tetas y coños gratis en internet, había que levantar un muro. Aquello es zafio, lo nuestro es sensual. Aquello es gratis, esto no puede serlo. Y como no puede ser gratis, no puede ser chabacano. Otras cabeceras dicen a menudo que eso que ofrecen gratis no puede ser gratis. Al final, para que lo siga siendo, se funden cada vez más con aquello de lo que querían distinguirse.

He leído también en varios sitios que es la primera portada sin desnudos de Playboy en toda su historia. Poca memoria, otro mal de nuestra prensa. Pues bueno, esta de Pamela Rawlings fue la portada del ejemplar más vendido de toda la historia, más de 7.000.000 en noviembre de 1972. Uno de cada cuatro universitarios estadounidenses la compró.

  

Podía haber puesto el ejemplo de Newsweek o el del Times Picayune de Nueva Orleans, porque van a pensar que todo esto es una excusa para hablar de tetas y no de riesgo. Demasiado tarde, supongo.