Tras el terremoto que sacudió la ciudad medieval de L’ Aquila en abril de 2009, siete hombres de ciencia italianos fueron imputados y condenados por homicidio involuntario. Su crimen fue minimizar la posibilidad de un evento sísmico que finalmente ocurrió, mató a 300 personas, hirió a 1.500 y dejó sin casa a más de 50.000 habitantes de esta región del Abruzzo. Uno no puede dejar de aplicar a esta historia el filtro de la fábula de Pedro y el lobo. Es fascinante cómo un relato puede determinar nuestra forma de ver las cosas, eso a lo que llaman moral.
Ahora el lobo ha vuelto, pero los pastores ya no tenían incentivo alguno para advertir a los vecinos.
Otro Galileo
El 24 de agosto de 2016 a las 4:16 de la mañana, 40 minutos después del terremoto de Amatrice, Giampaolo Giuliani compartió la noticia en su Facebook.
Hace siete años, este hombre apareció en medios de comunicación de todo el mundo como el hombre que predijo el terremoto de L’ Aquila pero al que la ciencia oficial nunca escuchó. Entonces, las únicas credenciales de Giuliani eran las de collaboratore tecnico non laureato, un asistente de investigación, en un centro adscrito al Laboratorio Nacional del Gran Sasso.
En el año 2000, mientras trabajaba en un experimento relacionado con la detección de neutrinos, Giuliani detectó un aumento en las emisiones subterráneas de gas radón que coincidió con un seismo en Turquía, a unos 1.200 kilómetros de allí. La idea no es original, ya que los científicos ya habían empezado a tantear las relaciones entre los terremotos y el radón en los años setenta, sin mucho éxito. El problema es que esas emisiones suben y bajan constantemente, a veces predicen un temblor y a veces no. Sin embargo, Giuliani y otros compañeros no cayeron en el desaliento y diseñaron cinco detectores de radón para monitorizar el área que rodeaba a la cordillera del Gran Sasso.
En 2009, y armado con su método, Giuliani visitó a finales de marzo al alcalde de Sulmona, una ciudad de 25.000 habitantes a 55 kilómetros de L’ Aquila, para advertirle de un terremoto catastrófico que tendría lugar entre 6 y 24 horas después. Durante todo el mes anterior, se habían producido en la zona pequeños seísmos. El alcalde hizo sonar la voz de alarma y furgonetas con altavoces recorrieron las calles pidiendo a los vecinos que abandonaran la ciudad. Sin embargo, el terremoto nunca llegó y Giuliani fue defenestrado por las autoridades políticas y científicas.
Pocos días más tarde la tierra tembló en L’ Aquila y Giuliani no tardó en asomar la cabeza, blandiendo predicciones hechas con su método -que alertaban de un evento superior a magnitud cuatro- y exigiendo una disculpa a los científicos que le habían desacreditado. Sus versiones de lo que sucedió en aquellos días resultan contradictorias, pero para mucha gente Giuliani pasó a ser un nuevo Galileo, porque como ya sabemos, el público ama al heterodoxo que grita «¡el emperador va desnudo!»
Sus predicciones contribuyeron a abonar el terreno para la condena a los siete científicos del comité de grandes riesgos. En concreto, Giuliani centró sus iras en Enzo Boschi, presidente del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología y uno de los sismólogos posteriormente imputados.
Warner Marzocchi, investigador en el centro dirigido por Boschi, examinó tanto la patente del sistema de medición de radón presentada por Giuliani como su descripción del desarrollo del método y concluyó: «Es muy difícil encontrar algo bueno en su trabajo». Uno de los problemas es que los registros de radón eran demasiado cortos, y contenían demasiados picos. Algunos estaban asociados a terremotos pero no guardaban correlación alguna entre ellos. «Estos gráficos son inaceptables desde un punto de vista científico», declaró Marzocchi a Science.
Tras el terremoto de Amatrice, Giuliani volvió a asomar la cabeza publicando uno de sus gráficos, que mostraba un aumento en las emisiones de radón registrado por dos de sus medidores, llamados Coppito y Fagnano. Junto al material, Giuliani dejaba el siguiente mensaje: «Publico estos gráficos a beneficio de aquellos que sepan leerlos. Dudo que los imbéciles puedan jamás comprenderlos».
En uno de los comentarios, una mujer llamada Mara Bordini le decía: «Soy una de las imbéciles que no puede leer estos gráficos, pero creo instintivamente en tu método. Me gustaría que nos lo explicaras. Si es posible. Gracias».
La desgraciada comisión
Nápoles acoge entre el 7 el 9 de septiembre el 88º Congresso della Società Geologica Italiana. Fatídicamente premonitoria, la mesa redonda se titula «El hombre frente a los fenómenos naturales: entre el estudio de las causas y la gestión de las consecuencias». Entre los participantes está Sergio Bertolucci, presidente de la Comisión Nacional para la Previsión y la Prevención de Grandes Riesgos, formada por un grupo de científicos que son convocados tras un desastre natural para asesorar al presidente de la república.
Bertolucci no es un experto en terremotos sino un físico de partículas muy reconocido. De hecho es actualmente el Director de Investigación y Computación Científica del CERN. Su antecesor en el puesto, Luciano Maiani, además de predecir la existencia del quark encantado, ocupó el cargo de Director General, el de máxima responsabilidad en el CERN, entre 1999 y 2003.
Existe más relación de lo que parece entre la física teórica y los terremotos. Algún estudio ha tratado incluso de analizar el fracaso estrepitoso de esta disciplina al tratar de explicar o precedir la existencia de seísmos .
El Laboratorio Nacional del Gran Sasso está cerca de L’ Aquila, a 10 kilómetros del epicentro del seísmo de 2009 y lo más importante, a 730 kilómetros del CERN. Desde la sede del Gran Colisionador de Hadrones se envían haces subterráneos de protones a Gran Sasso. La profundidad a la que está el laboratorio reduce el efecto de los rayos cósmicos, lo que permite a los detectores del laboratorio distinguir neutrinos tauónicos, una partícula elemental con una masa hasta un millón de veces más pequeña que la del electrón.
Esta es la principal razón por la que, en 1979, Antonio Zichichi propuso aprovechar un túnel de autopista que se estaba haciendo bajo la montaña para construir este templo de la hiper-precisión en una región de alta actividad sísmica. De hecho, al laboratorio se llega tomando un desvío en el interior del túnel.
Desde 2002, hay dentro del laboratorio subterráneo un despliegue semi-circular de 21 estaciones sísmicas, separadas entre ellas varios metros y que atraviesan una falla sismogénica. Sirva todo esto para explicar por qué el gobierno italiano sitúa a veces a estos físicos al frente de su Comisión de Grandes Riesgos.
Tras el letal terremoto de L’ Aquila la comisión fue convocada e inmediatamente después, denunciada por homicidio culposo. El presidente entonces era Franco Barberi, un geólogo y vulcanólogo que dirigía el Departamento de Protección Civil. El 22 de octubre de 2012, Barberi fue condenado a seis años de prisión, prohibición perpetua para el desempeño de cargos públicos y la obligación de resarcir con 450.000 euros a las víctimas de L’ Aquila. La pena era superior incluso a la solicitada por el fiscal y, además de a Barberi, se extendía a los otros seis miembros de la comisión: Enzo Boschi, Bernardo de Bernardinis, Giulio Selvaggi, Gian Michele Calvi, Claudio Eva y Mauro Dolce.
Ese fue el día en que Maiani decidió dimitir. «Este es el fin de los científicos dando consejos al estado», dijo el físico. Los otros miembros que sucedían a los condenados en la Comisión de Grandes Riesgos siguieron a Maiani. Sin embargo, quizá no recuerden que Italia estaba en aquel momento gobernada por el llamado Gabinete Monti, una suerte de gobierno compuesto -tras la renuncia de Silvio Berlusconi- por 13 tecnócratas independientes y Mario Monti como presidente interino. Su único objetivo era gestionar la crisis de deuda en Italia y por tanto, las dimisiones no fueron aceptadas y Maiani sólo pudo dejar su puesto a Bertolucci en septiembre de 2015.
En cuanto a los científicos condenados, tras recurrir la injusta sentencia, todos fueron exculpados salvo De Bernardinis, a quien le cayeron dos años de cárcel. El agravante en su caso fue dar una entrevista a una televisión antes de la reunión de la comisión el 31 de marzo de 2009, una semana antes del terremoto, diciendo que no había peligro alguno. La entrevista se emitió tras la reunión de expertos, dando a mucha gente la impresión de que era un resumen de las deliberaciones.
Según el juez, hasta 29 personas pudieron haber muerto en L’ Aquila por seguir los consejos ofrecidos por De Bernardini en esta entrevista. Pero el tribunal de casación entendió que no es plausible que, si alguien está en casa y todo empieza a temblar, vaya a quedarse dentro en lugar de salir corriendo por una entrevista que escuchó una semana antes.
El silencio tras L’ Aquila
Tras este último terremoto en Amatrice, muchos medios han buscado la opinión de estos siete hombres, pero lo que puedan decir ahora no sirve de nada. Quizá habría servido hace unas semanas, meses o años si no hubieran sido defenestrados.
Una de las imágenes más impactantes es la de una calle de esta ciudad donde sólo permanece en pie un torreón del siglo XIII. El resto de viviendas, anteriores al siglo XVII, eran básicamente piedra sobre piedra, carecían de estructura y ante el violento temblor cayeron como piezas de un dominó.
Por ejemplo, Gian Michele Calvi, quien ejerce de profesor de diseño estructural en el Instituto de Diseño Avanzado de Pavia, podría haber tenido más voz para que se siguiera en la zona el ejemplo de ciudades como Norcia, muy cercana al epicentro pero donde no ha habido una sola víctima. ¿Por qué? Por el empeño del ayuntamiento en reforzar la estructura de muchos de sus edificios tras un pequeño seísmo en 1997. «Por desgracia, nadie invierte en estas áreas, ya que se están despoblando», dijo esta semana Calvi.
Hay factores que están más allá de la sismología, y es justo ahí donde la política es necesaria. Por ejemplo, otra de las batallas de los académicos es que los edificios sean sometidos a pruebas de riesgo sísmico, algo que parece de cajón en zonas de alta actividad y donde cada cinco años -de promedio- golpea un gran terremoto. Sin embargo, las asociaciones de propietarios son los principales opositores de la medida. «Temían que fuese un nuevo impuesto para sus casas», resumía Bernardino Chiaia, profesor de mecánica estructural en la Universidad Politécnica de Turín, al periódico La Stampa.
Ante estas cosas, ningún comité científico puede hacer nada.
Mauro Dolce debió sentirse en una situación extraña al atender a los medios tras el terremoto de Amatrice. El aún director de la Oficina de Riesgo Sísmico de Protección Civil tuvo que ser, una vez más, el portavoz que saliera a primera hora de la mañana a lidiar con una nube de micrófonos para decir «después del primero de magnitud seis de las 3:36 ha habido otro de magnitud entre cuatro y cinco, más otros 70 de magnitud entre tres y cuatro y otros cien de magnitudes inferiores».
Tras ser absuelto como homicida negligente en noviembre de 2014, Dolce aún tuvo que litigar en los juzgados hasta hace cuatro meses, ya que fue acusado de fraude en la ejecución de la prestación pública por la compra de unos aisladores sísmicos, que se instalaron en L’ Aquila tras el terremoto de 2009. Finalmente, fue absuelto el pasado abril.
Aunque en todas partes se habla de «los siete científicos», lo cierto es que tan sólo Claudio Eva, de 78 años y hoy apartado de la ciencia activa, Enzo Boschi, Giulio Selvaggi y Franco Barberi pueden considerarse sismólogos. Calvi y Dolce son ingenieros.
Hoy, el caso que fue bautizado como Grandi Rischi aún no ha terminado. Tras la resolución que absolvió a Barberi, Boschi, Selvaggi, Calvi, Eva y Dolce, familiares de algunas víctimas presentaron un recurso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Ahora el único imputado de este nuevo caso Grandi Rischi bis es Guido Bertolaso, un alto cargo al que Berlusconi nombró director del Departamento de Protección Civil. Bernardo de Bernardinis, el único condenado tras la apelación, era, precisamente, su número dos.
Bertolaso fue el hombre que convocó aquel marzo de 2009 a la comisión de científicos y, como sabemos gracias a Vito Corleone, existe una cierta tradición italiana por la que quien convoca una reunión entre enemigos -en este caso, científicos y políticos- acaba resultando ser el traidor.