Si ha caído usted aquí, seguramente habrá leído ya el artículo Los amateurs acabaron con el periodismo, publicado por Marga Zambrana en Letras Libres. E incluso la réplica de Alberto Arce en Horizontal, No fueron los amateurs quienes terminaron con el periodismo.
En resumen, la guerra de Siria y otros conflictos actuales están siendo cubiertos por freelancers infrapagados -pero de buenas familias que pueden permitirse la aventura- que escriben desde un piso en Estambul o Beirut y tiran de las mismas fuentes de WhatsApp que otros tantos cientos de periodistas en todo el mundo. El debate está en si la culpa es de ellos o de los medios de comunicación que lo permiten. Aunque ya he dejado escrito antes por ahí que la práctica del periodismo se está volviendo decimonónica y, en efecto, reservada a los vástagos de la clase alta, no venía a hablar de eso.
El tema es que hay sitios que están cubriendo muy bien conflictos como el de Siria, ofreciendo información nueva casi a diario: noticias magras, asépticas y muy diferentes a las crónicas a las que estamos acostumbrados. Sitios que los periodistas «profesionales» (¡argh!) desdeñamos a menudo porque muestran con orgullo la credencial periodismo ciudadano.
Hablo en concreto de Bellingcat, donde además se definen como «periodistas ciudadanos de investigación», una contradictio in terminis o eso pensaba yo. Han salido mucho en prensa anglosajona pero en España no he visto mucho escrito sobre ellos, fuera del blog Guerras Posmodernas de Jesús M. Pérez Triana y de este reportaje de Pablo Mediavilla publicado en Ahora.
Bellingcat fue fundado por Eliot Higgins en 2014. Cuando Higgins comenzó en 2012 a cubrir desde su blog -bajo el pseudónimo Brown Moses- la guerra siria, no era más que un administrativo de Leicester desempleado y con una hija. Como los freelancers pijos de Estambul, Higgins no hablaba una palabra de árabe, pero le apasionaban las armas y en eso se centró. A finales de 2013 el New Yorker le hizo un perfil en el que describía su típico día: daba de desayunar a su niña y luego miraba cuentas de Twitter relacionadas con la guerra. Un día vio denuncias de un posible ataque con armas químicas en la periferia de Damasco. Su siguiente parada fue YouTube, donde ya había docenas de vídeos subidos por los vecinos. Niños con convulsiones y echando espuma por la boca.
Así, recopilando material y preguntando en Facebook y Twitter, Brown Moses descubrió que Assad usaba armas químicas o bombas de racimo y que el Frente de Liberación Sirio se había hecho con munición antiaérea. Logró dar más exclusivas que nadie sobre una guerra imposible de cubrir de un modo tradicional: ha habido ya docenas de periodistas asesinados y muchos otros secuestrados, y las incursiones de la prensa al país se realizan de forma tutelada por los distintos bandos. Con Bellingcat, Higgins quiso llevar más allá el concepto Brown Moses, que ya no fuera él solo sino una red de personas las que investigaban, y ya no sólo expertos en Siria sino también en otros países o en temas como el accidente del avión MH17 en Ucrania o el escándalo del hacking telefónico en Reino Unido.
Confieso que el periodismo internacional de conflictos es de los que menos frecuento, pero si Bellingcat me interesa no es por la guerra en sí, sino por la forma en la que trabajan. En primer lugar, porque en un momento en el que los medios han renunciado a investigar porque dicen que es costoso y no pueden permitirse que los redactores salgan por el mundo, ellos han demostrado que se pueden investigar muchísimas cosas a coste cero desde un salón. ¿Por qué no hicimos eso nosotros primero? Y ahora que otros lo han hecho por nosotros, ¿por qué no les imitamos en lugar de quejarnos porque las cosas han cambiado?
A los periodistas nos encanta decir «ya no tenemos el monopolio de la verdad», pero pocos de ellos lo creen realmente. Si lo creyéramos de verdad, desde una poderosa cabecera no se culparía al revisionismo tuitero cuando un bloguero o un medio menos conocido desmienten una información suya aportando pruebas. Tenemos muy enraizada la arrogancia.
Otras cosas que me encantan de Bellingcat y de las que los periodistas ejem, profesionales deberíamos aprender.
Costó lo que costó
Higgins hizo un crowdfunding en Kickstarter y logró levantar algo más de 50.000 libras (algo menos de 60.000 euros) de 1.700 personas para poner en marcha el proyecto. Así es, en un contexto en el que necesitas millones de usuarios únicos -o mejor dicho, globos oculares- pinchando en las noticias para que un medio online gratuito sea rentable, ellos fueron en la dirección opuesta: poca gente pagando algo para no depender de los odiosos banners. Lo más interesante de esto es que, prácticamente la mitad de los donantes del crowdfunding pusieron el precio mínimo: entre 5 y 15 libras.
Funcionan con fuentes abiertas
A partir de fotos, vídeos de YouTube, tuits o publicaciones en Facebook, en Bellingcat emplean herramientas de verificación para tratar de saber si un vídeo o foto se tomó realmente en Raqqa y en esa fecha, o analizan los metadatos de un tuitero que afirma estar en Alepo para corroborar si lo está realmente. En algunos sitios aún lo llaman, jocosamente, periodismo de salón, o de Google.
Por ejemplo, la semana pasada siguieron el rastro de Anis Amri, el terrorista que mató a 12 personas e hirió a 49 en Berlín y posteriormente fue abatido en Milán, a través de sus redes sociales: encontraron por dónde se movió en los últimos meses, dónde estaba en las fotos que colgó, otros perfiles suyos de Facebook que descubrieron gracias a sus familiares, contactos suyos relacionados con el yihadismo, etc.
El open source tiene otra cosa que los periodistas, habitualmente, solemos mirar por encima del hombro, y es su falsabilidad. Todos los datos que usan en Bellingcat para dar sus noticias están en internet y son fácilmente accesibles por un administrativo en paro, tan sólo hace falta aplicar a ellos mucho tiempo y conocimiento, es decir, trabajo.
Son falsables, y por tanto, creíbles
Que los lectores sepan de dónde viene esa información es, en un momento como éste, clave. La tradición aún es que las grandes exclusivas periodísticas están en las cloacas, y hay que hacer algo sucio para salir de allí con la portada de mañana. Los lectores desconfían, y más después de trabajos sensacionales como V, Las cloacas del estado de Álvaro de Cózar, un serial donde de las alcantarillas surgen nombres de periodistas muy conocidos, que resultan estar de mierda hasta el cuello pero a día de hoy siguen escribiendo en los periódicos y apareciendo en la televisión como si tal cosa, fingiéndose inmaculados. Con Bellingcat nadie se pregunta de dónde sale esta información o quién se la habrá pasado o con qué intereses, sino que el espectador directamente arquea las cejas y se sorprende de que eso estuviera ahí, a la vista de todos y a falta de que un frikazo se pasara varias horas de su vida haciendo pantallazos a misiles en vídeos de YouTube y comparándolos con otras armas en una web de balística rusa.
Sobre este tipo de cosas se construye la credibilidad que muchos medios, con sus informes confidenciales y sus «siempre según fuentes cercanas» ya han perdido.
Volviendo al principio, este siempre va a ser un oficio de amateurs, afortunadamente. Es más, es la gente que viene de otros sectores -como el empresarial o el tecnológico- la que insufla a veces un poco de aire a este compartimento estanco. También siempre, supongo, habrá alguien dentro de la industria que diga «ese no es periodista» o «eso no es periodismo».
Soy un coñazo y me repito, pero ya les conté un día cuando yo empecé, de estudiante, haciendo crónicas de partidos de regional para el ABC de Córdoba por 30€ al mes. No llegaba ni a la categoría de aficionado y sin embargo, el chico que estaba haciendo lo mismo para el Diario Córdoba, algo mayor, más veterano y que tampoco se dedicaba profesionalmente a ser cronista, me mostró el primer día cómo ir recoger las alineaciones en el bar del estadio, donde el árbitro dejaba una copia escrita en una cuartilla.
Por este tipo de cosas, Antonio, no puedes reprochar nunca a nadie, por amateur que sea, que trate de meterse en este oficio decadente. En primer lugar porque no tienes autoridad moral, ya que tú mismo lo hiciste, en segundo porque puede enseñarte cosas que en esta casa ya no se aprenden, y en tercer lugar, porque oye, podría acabar dándote trabajo.