Viralidad. Desde que trabajo en un periódico digital escucho esta palabra a menudo.
Me empiezan a obsesionar las analíticas de mis artículos. Lo digo como algo bueno. Es como mirar la analítica de sangre que te manda el médico, siempre habrá algo que tienes mal. En vez del colesterol malo o la hemoglobina glicosilada, aquí tenemos el tiempo de permanencia o la tasa de rebote. Con el médico es sencillo, ¿pero cuál es el equivalente en la producción de noticias a dejar de fumar o bajar peso?
¿Por qué una noticia apresurada tiene más visitas que un reportaje que te llevó hacer una semana? ¿Quizá por el momento en que salió, por el titular, por la sobreabundancia de artículos del mismo tema o por la falta de ellos?
Un momento. Vale, quizá debería haber empezado por aquí. Sé que alguno de ustedes estará pensando que hablar de todo esto no es… guay. Que los periodistas no podemos vivir obsesionados por el clic. Que la mera idea de modificar un titular o un enfoque para incrementar las visitas es una forma de corrupción intelectual. ¿No podemos vivir obsesionados por el clic, pero sí por vender más periódicos o revistas? Insisto, no se trata de bastardear la mercancía, creo que obsesionarse por difundir algo antes incluso de escribirlo no es inteligente, pero no obsesionarse por venderlo una vez lo has escrito… ¿qué denota eso? ¿Por qué no intentar que un artículo que te has currado durante horas o días sea más leído?
En el fondo, pienso -como tanta gente piensa- que debe haber una fórmula secreta, un ecuación inaprensible. Deseo secretamente que llegue el día en que un analista de datos me diga «Antonio, tu reportaje es interesante, pero si lo publicas el martes a las 8:18 de la mañana, preveo un aumento del 15% en las visitas, una tasa de rebote inferior al 20% y una permanencia de entre 2 y 3 minutos más». Pero ahora mismo veo más probable que alguien así me dijera «mira, ve a tiro hecho y haz mejor un artículo sobre cómo ha aumentado el número de pulseras de Iker Jiménez a lo largo de los años, con fotos y muchos gráficos».
El problema con la viralidad es que la vemos como un fin y no como un medio.
Muchos sitios internacionales, tipo Buzzfeed, han decidido prescindir de las agencias de noticias porque prefieren rellenar sus sitios web con contenidos pronosticados como virales por programas informáticos. Estos programas rastrean las redes sociales buscando picos de viralidad. Si un tema empieza a crecer en menciones espontáneamente, este software lo detecta y le dice al editor de turno: «El anuncio de la OMS sobre carne y cáncer de colon». «Un perro lazarillo que baila merengue». «Un tuit de Beyoncé mencionando a Dick Cheney». Y el problema es que, aunque tuvieras la fórmula secreta que garantizara la máxima viralidad a todos tus contenidos, podrías triunfar durante un minuto, porque al siguiente habría otras 5.000 páginas aplicando tu misma fórmula y la tarta volvería a repartirse como antes.
Esto es un debate recurrente entre los gurús del periodismo, pero el problema de los gurús es que no hacen noticias*. En España, por suerte, tenemos a gente como los que crearon Soitu o Verne, que no sólo han teorizado sobre la viralidad sino que han puesto estas ideas en práctica, ensayo-error, con un éxito notable. No es ningún misterio que ahora, casi todos los demás medios estén tratando de tener su propio Verne.
Mientras tanto, ¿qué podemos hacer los demás periodistas para -horrible jerga de autoayuda empresarial a continuación- maximizar nuestro impacto? No me refiero a poner mujeres en tetas o convertir tu red social en una feria de proselitistas de ti mismo, me refiero a que un artículo sobre interpretaciones neurocientíficas del último batacazo de la Bolsa de Hong Kong tenga más lectores reales. De momento he probado algunas estrategias sutiles, como por ejemplo no escribir sobre interpretaciones neurocientíficas del último batacazo de la Bolsa de Hong Kong, pero aún es demasiado pronto para saber qué funciona mejor a la hora de hacer un Moneyball de uno mismo. Quiero decir, en ciencia hay muchos temas que hay que dar -aunque sabes que son arduos- porque son relevantes. Y si en vez de a cuatro gatos llegas a seis, pues mejor.
Otra cosa que me gusta de las analíticas es la gran cura de humildad que conllevan. Los números pegan unas hostias criminales. Te permiten saber que, de cada diez personas que entraron a leer ese artículo tuyo tan celebrado en redes sociales, sólo seis no cerraron la ventana inmediatamente. O, en versiones más sofisticadas, te permiten saber a qué otro artículo de la página se fueron estos lectores cabrones tras descubrir que el tuyo no era tan interesante como parecía. Que solamente dos de cada diez visitantes se leyeron tu artículo hasta el final. Que muchos de los que lo compartieron ni lo habían abierto, en fin, esas cosas que nunca sabíamos cuando escribíamos en papel.
Quieras que no, esa falta de información ha tenido que forjar algún que otro ego.