El CV ha muerto, menos mal

Estuve esta semana en Salamanca, donde me invitaron a dar una conferencia sobre qué hacemos en la sección de Prodigios. Como suele pasar en estas charlas, el público apenas pregunta nada. Yo era igual como estudiante, casi podía verme a mí mismo allí sentado, bostezando mientras me escuchaba. Tras la charla, uno de los asistentes, que intenta abrirse camino en el mundo del periodismo freelance, me preguntó, o más bien supuso, que debía haber un montón de gente mandándonos propuestas de temas para escribir en nuestra sección.

Algunos sí, claro. Pero tampoco son tantos. Sospecho que, sin embargo, la directora de RRHH de El Español debe recibir docenas de currículums. Mi consejo para él fue el mismo que yo empleé para entrar a trabajar en este periódico: mandar trabajos publicados (más tarde, propuestas de historias) y en última instancia, siempre como complemento, un enlace a mi página web con el historial biográfico y laboral.

El currículum está muerto, sobre todo en periodismo. Ya puedes mandarlo en un sobre lacrado, urgente, certificado y con acuse de recibo a cada redacción del país que no te servirá de nada. ¿Por qué? Muy sencillo. En estos últimos años, los grandes medios de comunicación han usado a los jóvenes periodistas como kleenex, para poder irse de vacaciones o cubrir bajas. La progresión profesional es imposible, quedarse es una quimera por muy buenas referencias que ofrezca de ti un redactor jefe. Cuando, después de dos o tres meses, te dan la patada en un periódico, tele o radio, abren otra puerta y allí hay una fila de recién licenciados sonrientes. Pase el siguiente.

Así, España hoy está poblada de cientos de periodistas de menos de 30 años que tienen en su currículum una línea o más en El País, El Mundo, ABC, EFE, Europa Press, La Razón, RNE, Onda Cero, COPE, Antena 3, Telecinco, etcétera, etcétera. Yo mismo, en apenas tres años, pasé por ABC, EFE, colaboré en Europa Press, publiqué una vez en El Periódico… todo estancias, becas, concursos o sustituciones por obra. En los años 90, poner en tu currículum que habías trabajado en El País podía garantizarte un trabajo en otro sitio. Ahora ya no significa absolutamente nada, más allá de que has formado parte de esta enorme picadora de vocaciones.

Laboralmente, haber pasado meses en un medio de primera línea se ha devaluado tanto que sirve para lo mismo que una licenciatura en Humanidades. En muchos casos, el proceso de selección para entrar a trabajar en uno de estos sitios es, para un recién licenciado, casi inexistente, porque los únicos requisitos son ser barato y no hacer ruido al marcharse. Por supuesto, una beca de verano en un medio puede ser una gran experiencia personal. Pero en su currículum, jóvenes, ya no vale nada.

Y eso, creo yo, está bien.

Porque al final, si alguien te escribe con una propuesta de reportaje maravillosa, en la que ha identificado lo que se ha publicado antes sobre el tema, con quién puede hablar dentro y fuera de España, cómo puede sorprender a nuestros lectores… al final esa buena idea es una especie de resumen, selecto, de todo lo que has hecho antes con tu vida. No necesitas saber si tiene el Cambridge Advanced o aprendió inglés poniendo birras en Dublín, sólo si conoce o puede entrevistar a un científico extranjero que le va a dar un enfoque diferente de un tema. Y sobre todo, detectas que alguien así se ha metido a ser periodista para disfrutar del trabajo.

Recuerdo cuando, terminada mi beca iniciática en la sección de Cultura de ABC, me quedé en paro por primera vez. Esto debió ser sobre 2006. La Asociación de la Prensa había abierto una bolsa de empleo y fui a dejarles mi ridículo historial laboral. Mientras la secretaria me hacía esperar, eché un vistazo a la torre de folios que tenía sobre la mesa. El primero de todos los currículos, de un chico, tenía dos líneas para decir que había acabado la carrera. El resto eran referencias de periodistas de diferentes medios con los que, obviamente, no había trabajado. Nombres y teléfonos.

Seguramente su padre era periodista, pero el hijo no lo iba a ser en la vida. Al menos, funcionalmente hablando.

Por eso -aunque nunca pregunten nada- me gusta ver a universitarios crear revistas, blogs colaborativos o fanzines. Seguramente querrán acabar publicando en un gran medio -porque al final, la vanidad es inherente a este oficio- pero antes quieren disfrutar de esto, equivocarse mucho antes de tener lectores que se den cuenta de sus carencias, aprender a escribir menos pretencioso y con más magro que grasa. Quieren pretender.

En defensa del clic

Viralidad. Desde que trabajo en un periódico digital escucho esta palabra a menudo.

Me empiezan a obsesionar las analíticas de mis artículos. Lo digo como algo bueno. Es como mirar la analítica de sangre que te manda el médico, siempre habrá algo que tienes mal. En vez del colesterol malo o la hemoglobina glicosilada, aquí tenemos el tiempo de permanencia o la tasa de rebote. Con el médico es sencillo, ¿pero cuál es el equivalente en la producción de noticias a dejar de fumar o bajar peso?

¿Por qué una noticia apresurada tiene más visitas que un reportaje que te llevó hacer una semana? ¿Quizá por el momento en que salió, por el titular, por la sobreabundancia de artículos del mismo tema o por la falta de ellos?

Un momento. Vale, quizá debería haber empezado por aquí. Sé que alguno de ustedes estará pensando que hablar de todo esto no es… guay. Que los periodistas no podemos vivir obsesionados por el clic.  Que la mera idea de modificar un titular o un enfoque para incrementar las visitas es una forma de corrupción intelectual. ¿No podemos vivir obsesionados por el clic, pero sí por vender más periódicos o revistas? Insisto, no se trata de bastardear la mercancía, creo que obsesionarse por difundir algo antes incluso de escribirlo no es inteligente, pero no obsesionarse por venderlo una vez lo has escrito… ¿qué denota eso? ¿Por qué no intentar que un artículo que te has currado durante horas o días sea más leído?

En el fondo, pienso -como tanta gente piensa- que debe haber una fórmula secreta, un ecuación inaprensible. Deseo secretamente que llegue el día en que un analista de datos me diga «Antonio, tu reportaje es interesante, pero si lo publicas el martes a las 8:18 de la mañana, preveo un aumento del 15% en las visitas, una tasa de rebote inferior al 20% y una permanencia de entre 2 y 3 minutos más». Pero ahora mismo veo más probable que alguien así me dijera «mira, ve a tiro hecho y haz mejor un artículo sobre cómo ha aumentado el número de pulseras de Iker Jiménez a lo largo de los años, con fotos y muchos gráficos».

El problema con la viralidad es que la vemos como un fin y no como un medio.

Muchos sitios internacionales, tipo Buzzfeed, han decidido prescindir de las agencias de noticias porque prefieren rellenar sus sitios web con contenidos pronosticados como virales por programas informáticos. Estos programas rastrean las redes sociales buscando picos de viralidad. Si un tema empieza a crecer en menciones espontáneamente, este software lo detecta y le dice al editor de turno: «El anuncio de la OMS sobre carne y cáncer de colon». «Un perro lazarillo que baila merengue». «Un tuit de Beyoncé mencionando a Dick Cheney». Y el problema es que, aunque tuvieras la fórmula secreta que garantizara la máxima viralidad a todos tus contenidos, podrías triunfar durante un minuto, porque al siguiente habría otras 5.000 páginas aplicando tu misma fórmula y la tarta volvería a repartirse como antes.

Esto es un debate recurrente entre los gurús del periodismo, pero el problema de los gurús es que no hacen noticias*. En España, por suerte, tenemos a gente como los que crearon Soitu o Verne, que no sólo han teorizado sobre la viralidad sino que han puesto estas ideas en práctica, ensayo-error, con un éxito notable. No es ningún misterio que ahora, casi todos los demás medios estén tratando de tener su propio Verne.

Mientras tanto, ¿qué podemos hacer los demás periodistas para -horrible jerga de autoayuda empresarial a continuación- maximizar nuestro impacto? No me refiero a poner mujeres en tetas o convertir tu red social en una feria de proselitistas de ti mismo, me refiero a que un artículo sobre interpretaciones neurocientíficas del último batacazo de la Bolsa de Hong Kong tenga más lectores reales.  De momento he probado algunas estrategias sutiles, como por ejemplo no escribir sobre interpretaciones neurocientíficas del último batacazo de la Bolsa de Hong Kong, pero aún es demasiado pronto para saber qué funciona mejor a la hora de hacer un Moneyball de uno mismo. Quiero decir, en ciencia hay muchos temas que hay que dar -aunque sabes que son arduos- porque son relevantes. Y si en vez de a cuatro gatos llegas a seis, pues mejor.

Otra cosa que me gusta de las analíticas es la gran cura de humildad que conllevan. Los números pegan unas hostias criminales. Te permiten saber que, de cada diez personas que entraron a leer ese artículo tuyo tan celebrado en redes sociales, sólo seis no cerraron la ventana inmediatamente. O, en versiones más sofisticadas, te permiten saber a qué otro artículo de la página se fueron estos lectores cabrones tras descubrir que el tuyo no era tan interesante como parecía. Que solamente dos de cada diez visitantes se leyeron tu artículo hasta el final. Que muchos de los que lo compartieron ni lo habían abierto, en fin, esas cosas que nunca sabíamos cuando escribíamos en papel.

Quieras que no, esa falta de información ha tenido que forjar algún que otro ego.

* Siguiendo la definición comúnmente aceptada de identificar un tema sobre el que otros medios no hayan escrito, o al menos recientemente, tratar de encontrarle algún nuevo enfoque, algo que añada sustancia al debate, buscar hechos o documentos para familiarizarse con el asunto y darle un respaldo factual, seleccionar potenciales fuentes e ir descartándolas, bien porque no son adecuadas o porque no están accesibles, hacer las gestiones pertinentes -internas como encargar un fotógrafo o planear los gráficos, externas como enviar correos electrónicos o levantar el teléfono- para recopilar toda la información, plantear una estructura, transcribir, discriminar y finalmente escribir uno, dos, tres bocetos, revisarlo, incluir los enlaces correspondientes, crear la noticia adecuadamente según las directrices estilísticas del medio y del programa informático de edición, enviarlo a revisión, introducir o dialogar los cambios sugeridos, dejarlo listo para publicar o publicarlo, luego irte a casa, sacar al perro, preparar la cena para los seres hambrientos y un yogur para el resto, ver un rato la tele, lavarte los dientes, poner el despertador, quedarte dormido leyendo, despertarte y subir masticando al autobús buscando en el teléfono tu noticia recién publicada, comprobando al mismo tiempo la indiferencia general de los comentarios en Twitter salvo eh, una errata en el tercer párrafo -en realidad es incorrecto definir como «cuerpo más lejano de nuestro Sistema Solar» a Plutón pero lo hiciste por no repetir tanto el nombre- de la que un par de tuiteros se han percatado y por la que te están tildando de ignorante. Y encima han hecho un pantallazo. Fantástico.