Deme un titular

Cada vez más a menudo, en las entrevistas las respuestas han dejado de importar. Ahora el público se fija exclusivamente en las preguntas.

Por un lado es lógico. Los políticos o cualquier persona con un mínimo de relevancia ahora van a las entrevistas midiendo hasta la última coma. Llevan a sus asesores y a sus técnicos en comunicación, que se sientan al lado del periodista con una segunda grabadora encendida y dispuestos a interrumpir la conversación si se aleja de los parámetros pactados. Cada vez es más difícil sorprenderlos con las preguntas e incluso cuando lo conseguimos ellos vuelven al discurso encorsetado y electoralista.

«Sí, pero no era eso lo que yo le estaba preguntando».

Unos cuantos ejemplos recientes para ver cómo lo que antes era una entrevista hoy se ha convertido en otra cosa.

Por ejemplo, la que le hizo recientemente Carlos Alsina a Quim Torra en Onda Cero fue muy celebrada, y no por ninguna respuesta del presidente catalán, que se dedicó a balbucear de aquella manera sus razones sin aportar nada que no hubiera dicho antes. Fue celebrada porque su interlocutor se había preparado muy bien la forma de arrinconarlo.

Esa maniobra envolvente de Alsina le ha valido el título de mejor entrevistador de la radio española. Todo el mundo asiente cuando recuerda este fragmento de aquella entrevista a Mariano Rajoy en enero de 2018:

Rajoy: Algunos pretenden pedirle a la gente que renuncie a su condición de español y europeo, es un disparate. ¿Y sus derechos como españoles y europeos por qué tienen que perderlos? Si es que esto va contra el signo de los tiempos. Bueno, pues esto es lo que tratamos de defender nosotros.

Alsina: Pero la nacionalidad española no la perderían los ciudadanos de Cataluña.

Rajoy: Ah, no lo sé. Es decir, ¿por qué no la perderían? ¿Y la europea tampoco?

Alsina: Pues porque la ley dice que el ciudadano nacido en España no pierde la nacionalidad aunque resida en un país extranjero si manifiesta su voluntad de conservarla.

Rajoy: Pues… ¿y la europea?

Alsina: Y la europea la tienen porque tienen la nacionalidad española.

Rajoy: Me parece que estamos en una disquisición que no conduce a parte alguna. Lo que se le está obligando a la gente es a que decida si quiere ser catalán o español.

Bien, de toda la entrevista celebramos este momento en el que, simplemente, el periodista es capaz de caracolear al anterior presidente hasta conducirle a un pequeño lapsus sin demasiada trascendencia. No digo que Alsina no sea un buen entrevistador, au contraire, digo que lo que hoy el público aclama no son las grandes respuestas sino los zascas.

En esa entrevista Rajoy no declaró en antena la guerra a Cataluña ni reveló nada escalofriante sobre la financiación del PP o interinidades de su labor como presidente. En ese difícil contexto, Alsina creó un breve momento de espectáculo verdaderamente difícil de lograr estos días. ¿Pero es esto a lo que debemos aspirar ahora los periodistas, aguantar la matraca electoralista hasta aprovechar la oportunidad y forzar un fallo?

Hay ejemplos recientes mucho más dramáticos sobre en qué se ha convertido hoy este género del periodismo. Como sabrán, hace unas semanas Jordi Évole consiguió entrevistar a Nicolás Maduro.

La entrevista suscitó muchas críticas antes de su emisión debido, principalmente, a un vídeo promocional donde el sátrapa venezolano recomendaba ver Salvados. Ya no el texto, sino el paratexto.

Personalmente, me pareció una entrevista bastante buena. Creo que el público esperaba algo más complaciente pero Évole logró mantener una cierta tensión que incomodó a Maduro sin llegar a romper la cuerda del todo. Vale, asumo que es muy naïve por mi parte pensar que una entrevista así pueda calificarse en abstracto, como buena o mala, con todo lo que hay en juego ahora en Venezuela.

Me llamaron la atención un par de piezas publicadas a lo largo de la semana siguiente, una de Cristian Campos en El Español y otra de Arcadi Espada en El Mundo. Grosso modo, ambos pensaban que la entrevista había sido demasiado amable, incluso cómplice, con Maduro. «Pero hay una norma obligatoria: si entrevistas al asesino, debes preguntarle por sus crímenes», escribía Espada. «Las preguntas más interesantes de la entrevista son las que no le hizo el entrevistador», decía Campos.

Los traigo a colación además porque a ambos les he leído muy buenas entrevistas en el pasado, pero al leer sus argumentos no dejaba de pensar: «Si abordas así a Maduro, al minuto siguiente estás en un vuelo camino de Madrid o en el cuartelillo».

Y esto nos lleva al punto fundamental de esta reflexión. ¿Qué buscamos realmente con una entrevista? ¿Destapar las verdades del otro o reafirmar las nuestras? ¿Quiero saber qué piensa Maduro o quiero saber que Cayetana Álvarez de Toledo celebrará mañana la entrevista?

Esta misma semana, el periodista mexicano Jorge Ramos, de Univisión, se enfrentó al cacique venezolano con esa actitud beligerante que muchos exigían a Évole. Lo primero que hizo fue preguntarle si debía llamarlo «presidente» o «dictador». A continuación le mostró imágenes de venezolanos rebuscando comida en la basura.

Valiente actitud sin duda, pero… ¿qué pensaba Ramos que iba a ocurrir? A los pocos minutos Maduro se había levantado, la entrevista se había terminado y él fue retenido con su equipo durante dos horas en el Palacio de Miraflores. Después fueron expulsados del país.

Leyendo lo que ha publicado Ramos desde entonces queda claro que su actitud fue más que deliberada. Tenía claro con qué quería volverse de Caracas y no era con una entrevista completa, sino con un susto y un aura de heroicidad. Salir de un sitio dando un portazo es algo que la prensa local o los corresponsales que llevan años contando el conflicto desde Venezuela quizá no pueden permitirse, porque al día siguiente tienen que volver a llamar por teléfono y encontrarse tanto al Gobierno como a la oposición.

Muy presuntuosamente, los periodistas pensamos a veces que si un historiador quiere comprender dentro de 50 o 100 años la sociedad tendrá que recurrir a alguno de nuestros artículos. En ese caso, ¿qué les servirá mejor a esos habitantes del mañana para entender el conflicto venezolano, la entrevista de Jordi Évole o la no-entrevista —pero sí detención y espectáculo subsiguiente— de Jorge Ramos?

Por mi propio bien profesional querría pensar que una entrevista, que por buena o mala que haya sido siempre dejará un poso más profundo para entender esta época… pero la verdad es que no lo tengo nada claro.

A veces bromeo con que el mejor entrevistador de este país es realmente Bertín Osborne. El tío le sirve dos copas de tinto en un sofá a Mariano Rajoy o a Iker Casillas —los políticos, los futbolistas y los cantantes pop son de lo más arduo que se puede uno echar a la grabadora— y logra que le suelten un titular inédito detrás de otro.

Pero como las respuestas ya no valen nada ahora en las facultades tienen como modelo las entrevistas de Ana Pastor: preguntas incisivas, ceño fruncido e invitados a la defensiva desde el minuto uno y que no sueltan un titular ni a tiros. Ella es icónica y como espectáculo televisivo es estupendo, ¿pero qué nos queda al final a los espectadores salvo una serie de negativas y clichés sobre la honradez del 99% de políticos?

De nuevo la pregunta, ¿qué buscamos en una entrevista, verdad o entretenimiento? ¿El objetivo del periodista y el de su público están alineados o son cada vez más dispares? ¿Es posible hacer entrevistas legítimas en un contexto como el actual en el que hay decenas de televisiones, radios, diarios en papel y digitales pidiendo entrevistas continuamente a seres que viven en una campaña permanente, ya sea electoral o de promoción personal?

Los periodistas nacemos libres pero luego nos volvemos mitómanos por inducción radioeléctrica. Uno de nuestros mitos es Oriana Fallaci, a la que tenemos por una entrevistadora áspera e insobornable. Pero fíjense cómo empieza su entrevista con Haile Selassie, realizada en el año 1973, y comparen con todo lo expuesto hasta ahora:

«Su Majestad, me gustaría que me contara algo sobre usted. Dígame, ¿jamás fue usted un joven desobediente? Pero tal vez debo preguntar primero si usted alguna vez tuvo tiempo de ser joven, su Majestad».

La pregunta, hemos de decir, fue fallida porque Selassie no la entendió del todo (¿cómo no voy a haber sido joven?) pero sirva como ejemplo de que Fallaci no era la impertinente tigresa que a veces prefigura su estereotipo sino un ave taimada que intentaba rodear con sigilo a su presa.

Y la presa siguió ahí, sentada delante de ella, no se levantó y siguió permitiendo una pregunta más. Cada periodista tiene su estilo y cada entrevista sus circunstancias, pero este sí que debería ser el único objetivo de un entrevistador: evitar continuamente el mayor fracaso imaginable, el de no ser nosotros quienes pongamos el punto y final a la entrevista.

¿Los periodistas no somos el enemigo? Ojalá lo fuéramos

El pasado 15 de agosto, en una iniciativa del Boston Globe abanderada por el New York Times, unos 350 medios estadounidenses publicaron editoriales conjuntos bajo la premisa de que la prensa no es enemiga del pueblo.

El mensaje no iba dirigido tanto a sus propios lectores como al presidente Trump, que es quien ha vertido esos juicios en múltiples ocasiones. O quizá a ellos mismos, porque en este gremio se combinan asombrosamente bien la arrogancia y la inseguridad: «Soy imprescindible para la democracia, por favor dime que me amas».

¿Por qué los periodistas necesitamos constantemente esa palmadita en la espalda? ¿Por qué han obligado los medios estadounidenses al Senado a emitir una declaración afirmando que una democracia necesita de una prensa libre, no era ya algo obvio?

Nuestro problema, parece claro a estas alturas, no es Trump sino la falta de confianza de los lectores y espectadores. El presidente estadounidense es un ser aborrecible por muchos motivos, pero a veces hace falta alguien que te odie para señalarte lo obvio: que en los medios de comunicación los controles de calidad se han derrumbado, que usamos el corporativismo para defendernos de las críticas, que aunque las ‘fake news’ sean irrelevantes todavía publicamos muchísimas noticias de mierda, que los grandes medios están en manos de oligarquías con intereses evidentes. Que nadie sabe bien cómo ganar dinero sin venderse.

Por supuesto, un periodista siempre se siente libre cuando escribe, pero como diría Rousseau, está encadenado a todas partes. Ninguno lo decimos en voz alta, así que cuando alguien en redes sociales nos lo grita, nos ofendemos muchísimo.

Dicho lo cual. Nuestro trabajo es dar por culo, a Trump o a quien sea que esté al cargo. Y lo más normal es que aquellos a quienes jodemos nos consideren el enemigo, lo cual es perfectamente compatible con la necesidad del periodismo en una sociedad democrática.

Como periodista, yo trato de ser justo y advertir con antelación y claridad cuando voy a publicar algo negativo contra alguien. No trato de pillar a la gente desprevenida o llamarles un viernes a las 22:30 de la noche diciéndoles que al día siguiente se va a encontrar un artículo que les va a joder la vida, intento darles tiempo. Aún así, mucha gente me considera un enemigo. ¡Es normal!

¿Cómo no iban a hacerlo? Soy un tipo que llama a un gabinete de prensa diciendo que tiene una información horripilante sobre la empresa y que pienso publicarla. Puedes haber tenido cuidado y que el 99% de tus actividades sean completamente legales, pero yo soy el cabrón que aparece con un único contrato de hace siete años que contraviene toda legislación laboral. ¿Cómo no ser el enemigo?

Hace poco escribí un correo a una institución pública solicitando información para hacer una visita a un laboratorio. Sé que leyeron el correo pero nunca me contestaron. ¿Cómo iban a hacerlo? He publicado varios artículos poniéndolos a caer de un burro, y los que quedan. ¡Claro que soy su enemigo! Por supuesto que hay alguien ahí que dice ‘a ese tío ni agua’ o algo por el estilo… ¿pero qué otra cosa puedo esperar?

O ese ‘dircom’ de un alto cargo del anterior gobierno que me declaró persona ‘non grata’ e incluso me dijo que por mi culpa jamás cogería el teléfono a nadie del periódico donde trabajo. No tenía razón en absoluto, todo lo que publiqué sobre su representado era cierto, pero ese artículo mío le hizo pasar un día de mierda. ¿Cómo no ser su enemigo?

O a ese jefe de prensa que me dijo «no sé por qué quieres sacar eso de nuestra compañía, es que no tiene ningún interés informativo» y luego lo vio publicado en el periódico del domingo. ¿Cómo no ser su enemigo? Él seguramente sólo quería acabar su jornada a las 17:00 e irse a su casa a disfrutar de su familia o su mascota cuando un no-se-quién le llamó para joderle la tarde del viernes y tirarse el fin de semana en tensión tratando de rebajar la hostia que le íbamos a dar dos días después a su empresa.

Yo respeto a quien trabaja en un gabinete. Sé que me van a ocultar información que les perjudique, que van a tratar de amortiguar cualquier escándalo, que la reacción de sus portavoces muchas veces no estará a tiempo de la hora del cierre porque prefieren una no-declaración a una declaración que les pueda traer problemas. ¡Claro que lo entiendo!

Por eso mismo no voy diciéndole a quien trato de tocar las narices que no soy su enemigo. Como dijo el Príncipe, «es mejor ser temido que ser amado, si no puedes ser las dos cosas«.

Y ya ni hablemos de los lectores, muchos de los cuales me han bloqueado en Twitter sin haber mediado nunca intercambio con ellos. Algunos me odian por facha (signifique lo que signifique esto a estas alturas), otros por ecologista, otros por estar a sueldo de Monsanto o por ser un «alarmista del cambio climático», y qué mas da, el caso es que mis noticias les perturban.

Y yo que me alegro.

Mi lector ideal es el que entra con desconfianza y colmillo retorcido a buscar en mi artículo algo que le haga saltar. «¡Lo sabía, este tío es un saco de mierda!» A veces llevan razón de verdad y otras se ponen a rabiar con el pie de foto que hay bajo el sexto párrafo, pero esa debe ser, en mi opinión, la relación natural con alguien al que acabas de sacar de su zona de confort.

El editorial conjunto estadounidense muestra a una prensa insegura, que pasó de decir «tenemos que hacerlo mejor» cuando infravaloraron la victoria de Trump a darse cuenta de que cambiar es muy difícil y es mejor reafirmarse en que nosotros no podemos estar equivocados porque los Padres Fundadores creían en la importancia del periodismo.

«¿Cómo pueden los periodistas demostrar que no son el enemigo?», se preguntaban esta semana en Vox. La respuesta corta: «Haciendo mejor su trabajo«. El intercambio incluye consejos interesantes, como que debemos dejar de analizarlo todo como un debate de dos puntos de vista. En España hacemos exactamente lo mismo —lo que dice la derecha contra lo que dice la izquierda— en todos los asuntos, desde los restos de Franco a la maternidad subrogada. «Algunos asuntos tienen cuatro lados. Algunos tienen uno. Pero no hay muchos asuntos con dos puntos de vista, el Republicano y el Demócrata, igualmente válidos», dice este Bacon Perry, y añade: «El modelo de ‘ambos lados’ logra molestar a la izquierda y a la derecha, y socava la confianza en los medios».

Lo que decíamos. Basta una pizca de pereza, otra de incompetencia y otra de inseguridad para que brote la frase mágica: «Siempre hemos hecho las cosas así y no nos ha ido mal».

Luego hay otros temas, claro, pero básicamente todos tienen la misma raíz. Una prensa tan arrogante como insegura, enhebrada desde hace décadas en el ‘establishment’ que ni siquiera ve necesario explicar sus decisiones editoriales a los lectores —por qué un medio sustituye su cúpula directiva y línea editorial coincidiendo con un cambio de gobierno, por qué lo que iba a ser caviar informativo empieza a mezclarse con mortadela o por qué se aceptan dádivas de un gobierno regional al que supuestamente detestan en sus editoriales— y sin embargo echa a temblar cuando interpreta que esos mismos lectores tienen mala opinión de ella.

Fíjense que hasta yo me autocensuro dando nombres en mi blog, tal es la gangrena moral que sufrimos en el gremio. Ay, no sé. Cada vez me gusta más esta profesión pero al mismo tiempo me pone de una mala hostia tanta… argh, no sé ni cómo llamarlo.

Otro inciso sobre la campaña. Si tan expertos en el uso del lenguaje somos los periodistas, ¿por qué emplear una frase negativa como eslogan? Como han dicho muchos, incluido George Lakoff, eso ayuda a reforzar la idea y recuerda al célebre «I am not a crook» de Nixon.

El ejemplo final es este. En la jeremiada del Boston Globe —aclaro que es uno de mis periódicos favoritos y de los que más respeto del mundo, pero en una guerra yo siempre estaré en el lado de los informadores y esto al final es un editorial— mencionan esta cita de John Adams:

«The liberty of the press is essential to the security of freedom»

Y luego añaden este párrafo tan negativamente glorioso. «Durante más de dos siglos, este principio fundacional americano ha protegido a periodistas en nuestro país y servido de modelo para naciones libres en el extranjero. Hoy está seriamente amenazado. Y envía una alarmante señal a déspotas desde Ankara a Moscú, de Pekín a Bagdad, de que los periodistas pueden ser tratados como un enemigo doméstico».

¿En serio? ¿La antipatía de Trump hacia la prensa envía una señal alarmante a los países que más periodistas encarcelados tienen actualmente?

En 2017, según el Comité para la Protección de los Periodistas 73 compañeros fueron a prisión en Turquía y 41 en China por hacer su trabajo, pero para un ególatra y ombliguista chupatintas encaramado a su torre de marfil de Nueva Inglaterra, lo que manda una «alarmante señal» es que el presidente critique a la prensa que hace su trabajo y le pone a caer de un burro cada día.

No me extraña que la gente nos haya perdido el respeto.

¿Dónde disparaste, Santos?

Esto llamó mi atención anoche, así que me dispuse a ver hasta dónde podía llegar. Para los estudiosos de la Guerra Civil resultará un ejercicio fútil. Es cierto que hay mucho publicado sobre el tema, según pude descubrir después de horas de asueto, Coca-Cola Light y periodismo ciudadano de madrugada.

Me pareció una oportunidad ideal para poner en práctica los consejos del Manual de Verificación y las lecciones aprendidas de medios como Bellingcat.

El primer paso, botón derecho y Buscar imagen en Google, no arrojó demasiada información más allá de que la foto llevaba rulando por internet desde al menos 2013. Además, la calidad no es demasiado buena por lo que cuesta apreciar más detalles.

¿Por dónde seguir? El titular: «Las valerosas fuerzas que luchan por España limpian de marxistas los pueblos». Veo que la frase tiene su recorrido. Según este teletipo de Europa Press, en 2012 fue empleada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica como «ejemplo de un lenguaje que describe lo que es un genocidio».

Busco información sobre el periódico La Voz de Córdoba. Parece ser que en la página del Ministerio de Cultura hay una Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, ¿estará ahí lo que busco?

Bingo.

Muy bien, ahora tengo lo mismo, pero en mejor calidad. Cuento una docena de soldados nacionales y entre 20 y 25 civiles. Por la indumentaria, algunos parecen campesinos.

En el pie puede leerse:

«Nuestra foto de hoy muestra un detalle de la limpia de marxistas que realizan las fuerzas que luchan por España en los pueblos. Una columna de Córdoba al llegar a una población de la provincia, en sus cercanías, detiene a grupos de fugitivos marxistas que huyen a la llegada del Ejército, buscando en la huída, la impunidad de sus crímenes. Las fuerzas al servicio de la Patria, están dando pruebas de un alto espíritu valeroso, de una heroicidad extraordinaria y de una magnífica disciplina (Foto Santos)»

No da demasiada información. Fue cerca de Córdoba y la foto la tomó un tal Santos.

Les resumo mis pesquisas sobre el personaje. Hasta que llegó la guerra, este fotógrafo asentado en Córdoba capital solía colaborar con el ABC de Sevilla (bendita sea su hemeroteca) que en aquel periodo se independizó del ABC republicano de Madrid dando su apoyo al bando sublevado. Lo mismo pasó con La Voz de Córdoba, que hasta el 25 de julio de 1936 llevaba bajo la cabecera la frase «Diario Republicano» y luego, tras una interrupción de tres semanas, reaparece el 17 de agosto con «Diario Gráfico de Córdoba». La última portada republicana comenzaba con un VIVA ESPAÑA. En la hora grave de la Patria… y acababa con un ¡Viva el Ejército salvador!

Santos publicó sus fotografías en ambos periodos, antes predominaba la vida social en Córdoba y ahora las gestas de las tropas de Franco.

El contexto en la zona en aquellos momentos, según pude leer aquí: Córdoba capital estaba en manos de los nacionales pero no así muchos de los pueblos de alrededor, hacia donde se realizaban incursiones que a menudo eran repelidas por anarquistas o republicanos. En estas expediciones, dirigidas por el general Varela, iba empotrado nuestro amigo Santos.

La famosa foto salió en la edición del 21 de agosto, pero es imposible saber cuándo se tomó. Probablemente no el día anterior. Leí algunas cosas sobre el fotoperiodismo en la Guerra Civil pero no me sacaron de dudas.

Avancé hacia delante y hacia atrás para ver si había otras fotos que vertieran algo de contexto. La siguiente foto de Santos es tres días más tarde, sobre la entrada triunfal de la columna del general Varela en Archidona y Antequera, Málaga.

De repente, en el número del 19 de agosto, página 11, encuentro esto:

«Al operar sobre Baena las fuerzas que luchan heroicamente por la salvación de España, practicaron detenciones de marxistas». De nuevo Santos. Es el mismo lugar de la portada del día 21 aunque parece haber muchos más detenidos.

De nuevo, el primer paso con la nueva foto fue Buscar imagen en Google, lo que me llevó a un blog que decía, en 2015, que la foto no era en Baena, sino en Fernán Núñez, y que los campesinos fueron detenidos en realidad el 25 de julio.

Puse en un mapa las fotos publicadas por Santos en La Voz de Córdoba durante la semana anterior y posterior. También añadí las conquistas del General Varela. También tuvo intentos infructuosos de conquistar pueblos como Castro del Río, pero obviamente las derrotas no saldrían reflejadas en este periódico.


La ubicación de Baena era sospechosa, mucho más alejada que otros pueblos a los que Santos había ido y vuelto, como Alcolea o Villafranca. Fernán Núñez tiene mucho más sentido porque además está junto a la carretera que tradicionalmente une Córdoba con Antequera, y en la foto del 21 de agosto aparece un convoy de vehículos militares que seguramente se corresponden con la columna militar de Varela que tres días más tarde tomó estas ciudades.

Bien, nos ha llevado un rato pero hemos acotado la zona donde probablemente se tomó la fotografía. Analizando la misma, además de la carretera -me juego el pescuezo a que es la N-331, o como se llamara en aquella época- lo único a lo que aferrarse visualmente es esa casa en lo alto de una colina.

No se ve muy nítido, pero tampoco hace falta ser cordobés para darse cuenta de que el aspecto no concuerda con lo que uno espera de la arquitectura en esta región. En este entorno pega un cortijo o algo así, pero éstos suelen ser de una planta. Lo único en lo que puedo pensar es en algún tipo de iglesia, porque además el edificio luce en su parte frontal algún tipo de remate.

O mejor pensado, una ermita. En Baena está la dedicada a la Virgen de los Ángeles, pero no es ni de coña porque está construida junto a una pared de roca.

¡Oh! ¿Qué tal esta? La Ermita del Calvario en Fernán Núñez.

Parece el mismo edificio sólo que visto desde delante. Además en la descripción dicen: «Situada sobre un montículo a la derecha de la carretera nacional N-331». Desgraciadamente, la ermita fue bombardeada, vuelta a reconstruir y reformada varias veces, la última en 2003. Ya no se parece en nada al edificio de la fotografía

Pero contestando al tuit de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, diría que la fotografía de Santos que fue portada de La Voz de Córdoba el 21 de agosto de 1936 fue tomada aquí, donde he colocado la marca amarilla. Metro arriba, metro abajo.

Si Santos tomara hoy la foto desde ese mismo punto, tendría que buscar la ermita entre la tienda de Muebles Miranda y el Cartel de Cobos. Es una imagen de extrarradio, algo triste, pero muchísimo menos triste que lo que su cámara captó hace 80 años.

Los recortes como fatiga del lenguaje

El otro día leí una interesante entrevista de Esther Palomera a Eduardo Madina en la que algo me llamó la atención. En un momento dado le preguntaba por la abstención del PSOE a la investidura de Rajoy o, más concretamente, cómo podían ellos permitir que siguiera gobernando «el partido de los recortes».

En ese momento, en mi cabeza, no sé si se me encendió una bombilla o se me apagó un plomo. Para averiguarlo he escrito este post.

En muchos casos, los periodistas analizamos la gestión del Gobierno y otros aspectos de la realidad como si La Crisis® nunca hubiera existido. De alguna forma, hemos creado ese marco mental —o alguien lo ha creado para nosotros— de que el Gobierno ha recortado porque sí, porque está en su ideario retrógrado y no tanto porque la UE nos lo exigiera a cambio del rescate. Zapatero empezó a aplicarlos en lo que entonces se llamó «el mayor recorte social de la historia» y luego Rajoy continuó. Si el PSOE hubiese ganado en 2011, habría tenido que hacerlos igual.

Claro, hay gente que opina que podríamos haber salido de la crisis de otra forma, sin recortar nada, aplicando medidas de contención del fraude fiscal, fusionando las diputaciones y otras ideas del estilo. Aún hay mucha gente que lo piensa, pero menos que cuando Alexis Tsipras también lo pensaba. En cualquier caso, esto no va sobre economía sino sobre precisión.

En fin, en uno u otro momento, todos hemos comprado un poco esa noción de los recortes del PP. Con un «no a los recortes» en cualquier cosa: ciencia, educación, sanidad o cultura siempre pareces sensible a las necesidades de los ciudadanos.  Porque la alternativa sería mojarse.

Se escucha a menudo: «Si queremos ser un país moderno y competitivo, no podemos recortar en investigación».

Y estoy de acuerdo, pero a eso casi nadie responde «vale, pero tenemos que ahorrar igualmente miles de millones de euros por imperativo comunitario, ¿de dónde los quitamos?», porque ello equivaldría a tener que pensarlo, reflexionarlo y quizá decir «de defensa», que es mojarse poco porque la primera opción siempre es defensa, ¿pero y si sigue faltando pasta? ¿Congelaría usted las pensiones para mantener la I+D? ¿Frenaría la reposición de funcionarios en otras áreas para incrementar el presupuesto en ciencia, sanidad o educación?

Bueno, o cualquier otra partida que a alguien siempre le parecerá intocable.

Así llevamos varios años, no queremos recortes y si recortas en algo me enfado y no respiro.

Por ejemplo, dos recientes: Ciudadanos se niega a recurrir a los recortes para cumplir con Bruselas. O Batet: «Dijimos ‘no’ a Rajoy, a la corrupción, a los recortes y a la falta de diálogo con Cataluña». De Podemos, ERC y otros hay unos cuantos más en la hemeroteca.

No me malinterpreten y piensen -no sé si puedo evitarlo ya a estas alturas- que soy un facha que con este post solamente pretende exonerar al PP. Simplemente me gustaría no contribuir más, en la medida de lo posible, al escenario actual, por el cual los periodistas y los políticos jugamos en un tablero sin reglas con piezas imaginarias y sólo gana la partida quien saca la pieza más loca y desproporcionada. ¿Es eso lo que llamamos populismo? Yo al menos sí. ¿Entonces los medios estaríamos contribuyendo a hinchar ese populismo que, en otros ámbitos, tanto despreciamos? Porque cuando la respuesta de un político es que si no hubiéramos hecho recortes habríamos creado millones de empleos por lo cual en España no tendríamos apenas paro y no harían falta recortes, cómo habrá sido la pregunta previa del entrevistador.

Los recortes son ya una tautología como las del discurso amoroso de Roland Barthes: «Te adoro porque eres adorable». O en otras palabras, también suyas, una fatiga del lenguaje.

En fin, independientemente de los recortes, el Gobierno ha hecho deméritos en estos cuatro años para no votarles. Por ejemplo, el asunto de la policía política de Fernández Díaz, la no gestión del problema con el Fondo de Reserva de la Seguridad Social o —algo que como ciudadano me enerva personalmente— haber extendido sus redes de influencia mucho más allá del poder legislativo para entrar a fondo en RTVE, el CGPJ o incluso el Consejo de Seguridad Nuclear, organismos que por el bien del país deberían gozar de independencia en sus decisiones. Es una forma de corrupción que, por desgracia, casi nadie considera corrupción pero que es más consciente e ideológica que los recortes que, mejor o peor, pero por cojones, han tenido que llevar a cabo.

Decir no a los recortes, que van a tener que hacer igualmente y que cualquier otro partido tendría que hacer, es infructuoso. Ahora comienza, tras meses de incertidumbre, una nueva legislatura con la amenaza latente de que habrá que recortar otra vez, para empezar, 5.500 millones. Sería un buen momento para que los medios afrontásemos las críticas y exigencias al gobierno de una forma más seria, no juzgándoles sólo por recortar, en abstracto, sino por las decisiones concretas que han tomado o pretenden tomar. Sé que muchos compañeros lo han hecho siempre así, pero no me negarán que la coletilla del «partido de los recortes» está muy generalizada.

Creo, sinceramente, que siendo más rigurosos con esto pondríamos al Gobierno en mayores apuros de los que han tenido hasta el momento. Porque ellos, como nosotros y como la oposición, tendrían que mojarse. No a los recortes, bien, pero a cuáles, y a cuáles recortes sí. O en otras palabras:

He de decir, a veces me llevo alguna sorpresa. El otro día escuché en un debate de La Sexta a un socialista llamado Ignacio Urquizu y dijo algo que me pareció esperanzador. Habló de que había otra forma de gobernar, cambiando cosas en áreas donde Bruselas no tenía exigencias puestas, como diciendo que va a haber cosas innegociables y dolorosas que tendremos que asumir sí o sí, pero en otras áreas se pueden hacer muchas cosas de forma distinta.

Fue un jarro de agua fría muy refrescante después de tanto tiempo cociéndonos al vapor de la golosina verbal.

¿Cuánto costarían estas 500 palabras si se publicaran en…?

Una vez fui a uno de estos viajes de prensa, invitado a Milán por una empresa china de electrónica. En el hotel me encontré con otro periodista freelance español y, hablando de todo un poco, resultaba que ambos habíamos escrito para la misma publicación en el pasado.

«Lo único malo es lo poco que pagan, 75 euros por artículo, y luego quítale el IRPF, se te queda en nada», me dijo.

Levanté las cejas y asentí mientras pensaba «qué cabrón, a mí me pagan 60».

Las tarifas son uno de los secretos mejor guardados en esta profesión, tanto como las nóminas. En Estados Unidos y prácticamente en cualquier lugar pasa lo mismo, así que un día, una periodista y editora llamada Manjula Martin montó una página llamada Who Pays Writers, Quién Paga a los Escritores. Allí, estos profesionales pueden informar de forma anónima cuánto paga un determinado medio, qué exige o cuánto tiempo les lleva cobrar el trabajo.

Bien, con esos datos -y unas cuantas horas construyendo un Excel- vamos a calcular cuánto podría costar este artículo de 500 palabras, impuestos no incluidos. Vale, es muy difícil que un mismo periodista pueda aspirar a escribir en Science, The New York Times y la revista Marie Claire, pero hemos venido a jugar.

El artículo que están leyendo es básicamente introducción, metodología y sorpresa.

En primer lugar, escogí 62 publicaciones que me resultaron interesantes. Algunas son la versión web de cabeceras clásicas y otras son nativos digitales, más recientes pero que están haciendo ruido.

No existe una tarifa estándar porque, en primer lugar, no todos los artículos son igual de extensos o requieren el mismo trabajo, y en segundo, porque algunos periodistas tienen más caché o ya conocían de antes al editor y pudieron negociar un precio mejor. Dada esta probable discrepancia, de aquellas publicaciones iniciales eliminé las que tenían un solo informe. Cuantos más informes tuviera una publicación, mayor sería la veracidad del testimonio.

Me quedaron 50. Decidí quitar también las entradas con dos informes. En algunos sitios alguien decía cobrar 1,20 por palabra y otro una décima parte de eso. Demasiada incertidumbre.

Mi plan inicial era multiplicar las tarifas por el número de palabras de este post, convertir las cantidades a euros, y luego ordenarlas de mayor a menor. Finalmente, decidí incluir también el número de informes o grado de credibilidad y usar mejor este criterio de orden.

También he recogido datos sobre el tiempo que tardan las publicaciones en abonar el artículo, un factor nada desdeñable cuando tienes que pagar el alquiler. Lo he representado con bolitas —nota biográfica— en homenaje a Raúl Díaz Poblete y su visualización para Medicamentalia, que nos valió medio premio García Márquez. El otro medio es de Eva Belmonte, pero, como dice la canción, uno más uno son siete.

Por último, he recabado datos acerca de la dificultad de los encargos: si basta con escribir cuatro párrafos de refrito o requiere investigar algo. Quizá sea demasiado aleatorio, aunque seguro que hay algún interesado.

Quinientas.

Réplicas del seísmo

Tras el terremoto que sacudió la ciudad medieval de L’ Aquila en abril de 2009, siete hombres de ciencia italianos fueron imputados y condenados por homicidio involuntario. Su crimen fue minimizar la posibilidad de un evento sísmico que finalmente ocurrió, mató a 300 personas, hirió a 1.500 y dejó sin casa a más de 50.000 habitantes de esta región del Abruzzo. Uno no puede dejar de aplicar a esta historia el filtro de la fábula de Pedro y el lobo. Es fascinante cómo un relato puede determinar nuestra forma de ver las cosas, eso a lo que llaman moral.

Ahora el lobo ha vuelto, pero los pastores ya no tenían incentivo alguno para advertir a los vecinos.

Otro Galileo

El 24 de agosto de 2016 a las 4:16 de la mañana, 40 minutos después del terremoto de Amatrice, Giampaolo Giuliani compartió la noticia en su Facebook.

Hace siete años, este hombre apareció en medios de comunicación de todo el mundo como el hombre que predijo el terremoto de L’ Aquila pero al que la ciencia oficial nunca escuchó. Entonces, las únicas credenciales de Giuliani eran las de collaboratore tecnico non laureato, un asistente de investigación, en un centro adscrito al Laboratorio Nacional del Gran Sasso.

En el año 2000, mientras trabajaba en un experimento relacionado con la detección de neutrinos, Giuliani detectó un aumento en las emisiones subterráneas de gas radón que coincidió con un seismo en Turquía, a unos 1.200 kilómetros de allí. La idea no es original, ya que los científicos ya habían empezado a tantear las relaciones entre los terremotos y el radón en los años setenta, sin mucho éxito. El problema es que esas emisiones suben y bajan constantemente, a veces predicen un temblor y a veces no. Sin embargo, Giuliani y otros compañeros no cayeron en el desaliento y diseñaron cinco detectores de radón para monitorizar el área que rodeaba a la cordillera del Gran Sasso.

En 2009, y armado con su método, Giuliani visitó a finales de marzo al alcalde de Sulmona, una ciudad de 25.000 habitantes a 55 kilómetros de L’ Aquila, para advertirle de un terremoto catastrófico que tendría lugar entre 6 y 24 horas después. Durante todo el mes anterior, se habían producido en la zona pequeños seísmos. El alcalde hizo sonar la voz de alarma y furgonetas con altavoces recorrieron las calles pidiendo a los vecinos que abandonaran la ciudad. Sin embargo, el terremoto nunca llegó y Giuliani fue defenestrado por las autoridades políticas y científicas.

Pocos días más tarde la tierra tembló en L’ Aquila y Giuliani no tardó en asomar la cabeza, blandiendo predicciones hechas con su método -que alertaban de un evento superior a magnitud cuatro- y exigiendo una disculpa a los científicos que le habían desacreditado. Sus versiones de lo que sucedió en aquellos días resultan contradictorias, pero para mucha gente Giuliani pasó a ser un nuevo Galileo, porque como ya sabemos, el público ama al heterodoxo que grita «¡el emperador va desnudo!»

Sus predicciones contribuyeron a abonar el terreno para la condena a los siete científicos del comité de grandes riesgos. En concreto, Giuliani centró sus iras en Enzo Boschi, presidente del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología y uno de los sismólogos posteriormente imputados.

Warner Marzocchi, investigador en el centro dirigido por Boschi, examinó tanto la patente del sistema de medición de radón presentada por Giuliani como su descripción del desarrollo del método y concluyó: «Es muy difícil encontrar algo bueno en su trabajo». Uno de los problemas es que los registros de radón eran demasiado cortos, y contenían demasiados picos. Algunos estaban asociados a terremotos pero no guardaban correlación alguna entre ellos. «Estos gráficos son inaceptables desde un punto de vista científico», declaró Marzocchi a Science.

Tras el terremoto de Amatrice, Giuliani volvió a asomar la cabeza publicando uno de sus gráficos, que mostraba un aumento en las emisiones de radón registrado por dos de sus medidores, llamados Coppito y Fagnano. Junto al material, Giuliani dejaba el siguiente mensaje: «Publico estos gráficos a beneficio de aquellos que sepan leerlos. Dudo que los imbéciles puedan jamás comprenderlos».

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Gráfico elaborado por Giuliani que muestra los registros de radón de los detectores entre el 20 y el 23 de agosto.

En uno de los comentarios, una mujer llamada Mara Bordini le decía: «Soy una de las imbéciles que no puede leer estos gráficos, pero creo instintivamente en tu método. Me gustaría que nos lo explicaras. Si es posible. Gracias».

La desgraciada comisión

Nápoles acoge entre el 7 el 9 de septiembre el 88º Congresso della Società Geologica Italiana. Fatídicamente premonitoria, la mesa redonda se titula «El hombre frente a los fenómenos naturales: entre el estudio de las causas y la gestión de las consecuencias». Entre los participantes está Sergio Bertolucci, presidente de la Comisión Nacional para la Previsión y la Prevención de Grandes Riesgos, formada por un grupo de científicos que son convocados tras un desastre natural para asesorar al presidente de la república.

Bertolucci no es un experto en terremotos sino un físico de partículas muy reconocido. De hecho es actualmente el Director de Investigación y Computación Científica del CERN. Su antecesor en el puesto, Luciano Maiani, además de predecir la existencia del quark encantado, ocupó el cargo de Director General, el de máxima responsabilidad en el CERN, entre 1999 y 2003.

Existe más relación de lo que parece entre la física teórica y los terremotos. Algún estudio ha tratado incluso de analizar el fracaso estrepitoso de esta disciplina al tratar de explicar o precedir la existencia de seísmos .

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Antonio Zichichi, con gafas en el medio de la imagen, explicando el diseño del futuro laboratorio Gran Sasso.

El Laboratorio Nacional del Gran Sasso está cerca de L’ Aquila, a 10 kilómetros del epicentro del seísmo de 2009 y lo más importante, a 730 kilómetros del CERN. Desde la sede del Gran Colisionador de Hadrones se envían haces subterráneos de protones a Gran Sasso. La profundidad a la que está el laboratorio reduce el efecto de los rayos cósmicos, lo que permite a los detectores del laboratorio distinguir neutrinos tauónicos, una partícula elemental con una masa hasta un millón de veces más pequeña que la del electrón.

Esta es la principal razón por la que, en 1979, Antonio Zichichi propuso aprovechar un túnel de autopista que se estaba haciendo bajo la montaña para construir este templo de la hiper-precisión en una región de alta actividad sísmica. De hecho, al laboratorio se llega tomando un desvío en el interior del túnel.

Desde 2002, hay dentro del laboratorio subterráneo un despliegue semi-circular de 21 estaciones sísmicas, separadas entre ellas varios metros y que atraviesan una falla sismogénica. Sirva todo esto para explicar por qué el gobierno italiano sitúa a veces a estos físicos al frente de su Comisión de Grandes Riesgos.

Tras el letal terremoto de L’ Aquila la comisión fue convocada e inmediatamente después, denunciada por homicidio culposo. El presidente entonces era Franco Barberi, un geólogo y vulcanólogo que dirigía el Departamento de Protección Civil. El 22 de octubre de 2012, Barberi fue condenado a seis años de prisión, prohibición perpetua para el desempeño de cargos públicos y la obligación de resarcir con 450.000 euros a las víctimas de L’ Aquila. La pena era superior incluso a la solicitada por el fiscal y, además de a Barberi, se extendía a los otros seis miembros de la comisión: Enzo Boschi, Bernardo de Bernardinis, Giulio Selvaggi, Gian Michele Calvi, Claudio Eva y Mauro Dolce.

De Bernardinis, al escuchar la resolución del juez condenándole a seis años de cárcel.

Ese fue el día en que Maiani decidió dimitir. «Este es el fin de los científicos dando consejos al estado», dijo el físico. Los otros miembros que sucedían a los condenados en la Comisión de Grandes Riesgos siguieron a Maiani. Sin embargo, quizá no recuerden que Italia estaba en aquel momento gobernada por el llamado Gabinete Monti, una suerte de gobierno compuesto -tras la renuncia de Silvio Berlusconi- por 13 tecnócratas independientes y Mario Monti como presidente interino. Su único objetivo era gestionar la crisis de deuda en Italia y por tanto, las dimisiones no fueron aceptadas y Maiani sólo pudo dejar su puesto a Bertolucci en septiembre de 2015.

En cuanto a los científicos condenados, tras recurrir la injusta sentencia, todos fueron exculpados salvo De Bernardinis, a quien le cayeron dos años de cárcel. El agravante en su caso fue dar una entrevista a una televisión antes de la reunión de la comisión el 31 de marzo de 2009, una semana antes del terremoto, diciendo que no había peligro alguno. La entrevista se emitió tras la reunión de expertos, dando a mucha gente la impresión de que era un resumen de las deliberaciones.

Según el juez, hasta 29 personas pudieron haber muerto en L’ Aquila por seguir los consejos ofrecidos por De Bernardini en esta entrevista. Pero el tribunal de casación entendió que no es plausible que, si alguien está en casa y todo empieza a temblar, vaya a quedarse dentro en lugar de salir corriendo por una entrevista que escuchó una semana antes.

El silencio tras L’ Aquila

Tras este último terremoto en Amatrice, muchos medios han buscado la opinión de estos siete hombres, pero lo que puedan decir ahora no sirve de nada. Quizá habría servido hace unas semanas, meses o años si no hubieran sido defenestrados.

 

Una de las imágenes más impactantes es la de una calle de esta ciudad donde sólo permanece en pie un torreón del siglo XIII. El resto de viviendas, anteriores al siglo XVII, eran básicamente piedra sobre piedra, carecían de estructura y ante el violento temblor cayeron como piezas de un dominó.

Por ejemplo, Gian Michele Calvi, quien ejerce de profesor de diseño estructural en el Instituto de Diseño Avanzado de Pavia, podría haber tenido más voz para que se siguiera en la zona el ejemplo de ciudades como Norcia, muy cercana al epicentro pero donde no ha habido una sola víctima. ¿Por qué? Por el empeño del ayuntamiento en reforzar la estructura de muchos de sus edificios tras un pequeño seísmo en 1997. «Por desgracia, nadie invierte en estas áreas, ya que se están despoblando», dijo esta semana Calvi.

Hay factores que están más allá de la sismología, y es justo ahí donde la política es necesaria. Por ejemplo, otra de las batallas de los académicos es que los edificios sean sometidos a pruebas de riesgo sísmico, algo que parece de cajón en zonas de alta actividad y donde cada cinco años -de promedio- golpea un gran terremoto. Sin embargo, las asociaciones de propietarios son los principales opositores de la medida. «Temían que fuese un nuevo impuesto para sus casas», resumía Bernardino Chiaia, profesor de mecánica estructural en la Universidad Politécnica de Turín, al periódico La Stampa.

Ante estas cosas, ningún comité científico puede hacer nada.

Mauro Dolce debió sentirse en una situación extraña al atender a los medios tras el terremoto de Amatrice. El aún director de la Oficina de Riesgo Sísmico de Protección Civil tuvo que ser, una vez más, el portavoz que saliera a primera hora de la mañana a lidiar con una nube de micrófonos para decir «después del primero de magnitud seis de las 3:36 ha habido otro de magnitud entre cuatro y cinco, más otros 70 de magnitud entre tres y cuatro y otros cien de magnitudes inferiores».

Tras ser absuelto como homicida negligente en noviembre de 2014, Dolce aún tuvo que litigar en los juzgados hasta hace cuatro meses, ya que fue acusado de fraude en la ejecución de la prestación pública por la compra de unos aisladores sísmicos, que se instalaron en L’ Aquila tras el terremoto de 2009. Finalmente, fue absuelto el pasado abril.

Aunque en todas partes se habla de «los siete científicos», lo cierto es que tan sólo Claudio Eva, de 78 años y hoy apartado de la ciencia activa, Enzo Boschi, Giulio Selvaggi y Franco Barberi pueden considerarse sismólogos. Calvi y Dolce son ingenieros.

Hoy, el caso que fue bautizado como Grandi Rischi aún no ha terminado. Tras la resolución que absolvió a Barberi, Boschi, Selvaggi, Calvi, Eva y Dolce, familiares de algunas víctimas presentaron un recurso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Ahora el único imputado de este nuevo caso Grandi Rischi bis es Guido Bertolaso, un alto cargo al que Berlusconi nombró director del Departamento de Protección Civil. Bernardo de Bernardinis, el único condenado tras la apelación, era, precisamente, su número dos.

Bertolaso fue el hombre que convocó aquel marzo de 2009 a la comisión de científicos y, como sabemos gracias a Vito Corleone, existe una cierta tradición italiana por la que quien convoca una reunión entre enemigos -en este caso, científicos y políticos- acaba resultando ser el traidor.

 

Pataletas estivales

Lo llevamos repitiendo desde los inicios, aunque el mantra ha tomado tantas formas que el original se ha ido deshilachando, cambiando de aspecto y de palabras, mezclándose, transformándose y descomponiéndose en sucesivos axiomas que decían lo que el mantra original, aún sin decirlo:

Cada cosa que escribimos en internet puede, potencialmente, llegar a todo el mundo.

La cifra que habitualmente se usa son 400 millones de hispanohablantes, aunque el auge de las tecnologías de traducción puede llegar a aumentar la ambición de los escribientes hasta los pocos miles de millones de personas semi-alfabetizadas y con acceso a internet.

Este mantra domina nuestras mentes, y ha animado a millones de blogueros a escribir un primer post, ha creado y destruido emporios de la comunicación y bueno, ya saben: ahora el mundo va a oír todo lo que tenemos que decir, ¿pero qué puede uno decir que interese potencialmente a 400 millones de hispanohablantes? Toda elección descarta público, y en primer lugar, lo local descarta lo universal.

¿A qué viene soltar ahora esta obviedad? Porque es precisamente la encrucijada en que se encuentran los medios. Cada vez más gente (y yo entre ellos) cree que en internet los medios ya no hacen información sino entretenimiento. Entretenimiento serio, si les irrita menos. Quiero decir que lo que mueve a los redactores no es descubrir o explicar algo nuevo -una vez escuché a Antonio Rubio definirlo como periodismo intencional, un recurso que me gustó mucho- sino rellenar la página con contenidos que puedan potencialmente dar 400 millones de visitas. Es un decir. Y sí, ya sé que usted, que ha entrado a leerme por curiosidad, es el autor de aquel reportaje del copón que logró verter luz en una situación anómala, o su amigo, que sacó aquella serie de exclusivas que hicieron dimitir a alguien importante. Son excepciones pero en general, miren a los engranajes de lo que queda de esta industria. Básicamente, y salvo ramalazos de amor propio, rellenamos. Yo también, las dos cosas, relleno y tengo ramalazos. Sí, claro que hay matices, pero la forma de afrontar el día a día en la mayoría de los medios me lleva a pensar en nosotros como entretenedores de masas y no en detectivescos fiscalizadores de la realidad.

¿Como lo diría el otro? News is what happen when you’re busy creating content.

El reporterismo clásico, para ser útil a la sociedad, tenía que delimitar primero a ese público, ser concreto. Local, regional, nacional. No más. El redactor, por ejemplo, boliviano o hondureño, que demuestra en un reportaje la corrupción en las contratas de basuras de su ciudad está haciendo un favor a sus vecinos, ¿pero qué lectores encontrará fuera de los límites de su término municipal? Otro redactor hondureño o boliviano que descubre diez nubes que recuerdan a animales y hace una fotogalería puede darle a su medio más visitas que habitantes tiene su país. El mantra original se inflama en estos casos. Cuando hablamos de viralidad hablamos de emociones compartidas donde el mínimo común múltiplo arde y arde y arde. En esta universalidad no importa el prestigio de la firma ni la cabecera, otros dos pilares del reporterismo clásico que limitan enormemente la dispersión de la información, porque claro, un lector en España no sabe qué credibilidad darle a Guzmán Nogales o a su medio, El Noticiero de Tegucigalpa, cuando de casualidad se encuentra en Facebook un reportaje suyo.

Podemos hablar, como es costumbre en este cansino blog, de medios de comunicación obligados a re-industrializarse que se esfuerzan en repetir que el buen periodismo hay que pagarlo y buscan formas alternativas de financiación, no sé si con el mismo ahínco con que llenan de banners la pantalla de mi móvil. Pero al final la pregunta subyacente es cuánto entretenimiento podemos permitirnos hacer, cuántos millones de lectores y récords podemos batir en Comscore antes de caer en la irrelevancia absoluta para nuestros vecinos.

¡Y luego, en nuestro imparable camino hacia la universalidad, querremos cobrarles los gatos!

Pérdida de inteligencia

El otro día leí una letanía de Lucía Méndez en Cuadernos de Periodistas sobre la autocensura. Mira que me cae bien ella, y siento tomarla como ejemplo en esto, pero su artículo reúne alguna de las más habituales lamentaciones de los periodistas que vivieron la Edad Dorada y ahora miran con resignación al páramo.

Está por ejemplo ese cliché de que la precariedad de los periodistas de hoy en día nos ha hecho más dóciles ante el poder, capaces de frenar una información o modificar un titular. Y es más, al parecer ya ni el poder es necesario porque nuestra autocensura ya nos lleva a poner la venda antes que la herida.

[A este respecto, debo intervenir diciendo que en los diez años que llevo escribiendo en periódicos, me han cambiado los titulares millones de veces, desde jefes hasta compañeros e incluso hasta algún becario, que a veces tienen tanto criterio o más que los senior. Incluso sospecho que durante una excursión de escolares que una vez visitó un periódico hace años, uno de ellos al ver un titular mío en la pantalla exclamó: «¡Pero cómo!» y ni corto ni perezoso lo cambió].

Aunque no creo que se piense tal y como se dice, el hecho de equiparar independencia editorial con salarios es jodido, porque viene a decir que todos los periodistas tenemos un precio. Y al final, ¿quién es más cautivo de su sueldo y tratará más de no perderlo tocándole los huevos al poderoso, el redactor junior que gana 900€ o el veterano que gana 5.000€ y tiene ya una vida que alimentar con eso? No sigamos por ahí.

No se suele hablar en estos términos porque parece uno un Goebbels cualquiera, pero uno de los principales problemas de esta industria es el de la pérdida de inteligencia. Muchos de los amigos con los que empecé este recorrido han ido dejando el periodismo activo y ocupando puestos en otros sectores: comunicación, editoriales, enseñanza, etc. Querían ser periodistas y tenían talento y potencial para haber contribuido con creces, pero en un momento de su vida vieron, como yo veo, a sus amigos casándose, comprándose casas o coches, teniendo hijos. Tú tienes un puesto mal pagado, con pocas expectativas de progreso y donde echas muchas horas para, al final, rellenar una página web con material de segunda mano primorosamente titulado. Ni siquiera estás investigando nada relevante, no sales a la calle, así que…

¿Qué sentido tiene?

Así, poco a poco, el talento y la inteligencia de esas personas se ha ido filtrando por los sumideros de esta industria, ¿y quiénes quedamos de los que empezamos hace una década? Pobres diablos con demasiada vocación por lo nuestro o, en última instancia, gente con pasta y que puede permitírselo, como ocurría en el siglo XIX. La mayoría somos una mezcla, mucha vocación y unos padres o parejas demasiado comprensivas. Algunos viejos periodistas dicen que esto no es un oficio, sino una forma de vida. No. Eso era antes, cuando uno podía avanzar en lo personal pese a pasarse 14 horas diarias en una redacción. Pero ahora, cuando el periodismo, o ese sucedáneo que te han ofrecido en su lugar, te dificulta desarrollarte como persona, le das una patada sin problema, buscas un trabajo, te abres un blog para matar el gusanillo -que pronto abandonarás- y a otra cosa.

De nuevo, no estoy diciendo que no haya gente inteligente ahora en el periodismo, sólo qu… ¿Pero qué coño hago otra vez dando explicaciones, y a quién? ¡Si es mi puto blog!

Si la información que hago es gratis, imagínese mi opinión

He tenido esta conversación con mucha gente. Empiezan por decir «yo pagaría por las noticias si…» pero al final esta frase nunca termina. Puede que hasta yo mismo haya empezado la frase sin concluirla. Entre medias, balbuceamos cosas como «algo que no pueda encontrar en otro sitio» o «como un Netflix» o la manida «periodismo de calidad», pura fatiga discursiva, porque si sólo pagásemos por comida de calidad al final ninguna nos parecería lo suficientemente buena como para aflojar la pasta.

Blendle es una aplicación holandesa que propone un sistema original para resolver este problema. Consiste en un kiosko online donde puedes encontrar artículos de varios medios importantes (restringido de momento a los estadounidenses) y pagar sólo por el artículo que te interese leer. Los precios están entre 0,19 y 0,49 centavos de dólar. Lo llaman el iTunes de la prensa, un mercado competitivo donde los artículos que logren el éxito lo harán por sus propios méritos y no por el prestigio de la cabecera y donde en teoría, como ha ocurrido con la música, el concepto de single arrollará al viejo LP conceptual que es un periódico. Todo sonaba muy bien y esta semana la aplicación salió en beta, así que allá que fui a probarla.

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Una cosa que mola es que, aunque vendan noticias, se parece más a una aplicación tipo AirBnb, te registras con Facebook, tienes tu perfil, etc. Porque… ¿por qué tendría una web de venta de noticias que parecerse a un periódico? Aquí tienen un modelo estupendo para el comercio de artículos. Sin secciones, sin fotos y, en muchos casos, sin ni siquiera conocer el nombre del autor, mucho menos verlo sostenerse la barbilla en un recuadro en blanco y negro.

[A veces pienso en cuántas líneas de código del papel tenemos metidas aún los periodistas en el software cerebral que hemos traído a internet, ay, qué fresco veríamos el panorama sin esas interferencias. Por ejemplo, el concepto de exclusiva: guardar algo en una caja muy oscura hasta que lo sueltas. Es totalmente arcaico. Miren lo que pasa en el cine y las series; cuando una productora anuncia una nueva película o una empresa tecnológica anuncia una nueva aplicación o un nuevo gadget, te van soltando pequeños aperitivos visuales, días, semanas, meses o incluso años antes -las sagas de Star Wars, por ejemplo- para que la expectación aumente. Y lo hace. Mientras tanto, ahí estamos nosotros trabajando en el más absoluto secreto. No todos, claro. Algunos nuevos medios a los que sigo mandan a los suscriptores de su newsletter un avance de los temas en los que están trabajando. Un viejo periodista diría: «les estás dando ideas a la competencia», pero piénsenlo, si realmente están investigando algo con vocación de servicio público y quieren promoverlo, lo mejor que les puede pasar es que otros medios lo metan en sus agendas. Además, ayuda a que los lectores o suscriptores que sepan algo del tema participen. Y total, si después de todo otros medios lo sacan antes o mejor que tú, siempre puedes decir que les inspiraste. El caso es que parece una pequeña anécdota, pero es una forma totalmente distinta de trabajar, más transparente, sujeta a escrutinio y más acorde con el tipo de cosas que los periodistas andamos siempre exigiendo a los demás].

Disculpen la digresión, vuelvo con Blendle.

Te dan un crédito inicial de $2,50 para que te lo gastes en los artículos que quieras -si el artículo no te gusta, te devuelven el dinero- y luego puedes obviamente comprar más crédito. Más que secciones, lo que tienen es un filtro. Igual que en AirBnb filtras sólo las casas o la zona que te interesan, aquí lo haces con los temas que quieres que aparezcan: política, ciencia y tecnología, entrevistas, columnas de opinión… o los destacados que ellos mismos seleccionen.

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Puse un par de filtros y eché un vistazo. Sí, a priori había varias piezas que me interesaban. Leí primero una de Newsweek sobre un grupo de hackers en Berlín que ayudaban a los refugiados sirios estableciendo puntos de conexión wifi en distintos puntos de la ciudad. La verdad es que hay mogollón de revistas a las que no suelo acceder a menudo, Newsweek o The Atavist por ejemplo, y la idea de que rescaten para ti artículos a los que nunca habrías llegado es reconfortante.

Vale, y aquí viene el principal problema, o la gran revelación. ¿Por qué estoy pagando realmente, por la información o por el comisariado de información? Claramente, por lo segundo. En los correos que he recibido de Blendle se hace mucho hincapié en que internet está lleno de ruido, y que ellos, con un nutrido grupo de curators en cada una de las áreas, se levantan todas las mañanas muy temprano para seleccionar lo mejor para mis ojos lectores.

A continuación, y ya un poco escamado por esta idea, leí una entrevista a la actriz porno Stoya en The Cut, el suplemento femenino de la New York Magazine. Aquí puede verse cómo la maquetación de Blende imita tremendamente a la de las revistas clásicas. Otra vez esas líneas de código de las que hablaba antes.

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De nuevo genial, nunca habría entrado aquí y la entrevista era muy interesante. Y sí, claramente estaba pagando por que alguien lo escogiera, no por la entrevista en sí. De hecho, tras terminar de leerla busqué la entrevista en internet y estaba en abierto desde hacía dos semanas. En este blog siempre hemos dicho que el periodismo digital -pese a sus ventajas- consiste en un 99% de los casos en texto con enlaces y una foto cutre de recurso. En contraste, el papel maquetaba cada página de forma artesanal, estudiando caso por caso. Al menos así ocurría hasta ahora, donde la entrevista con Stoya aparece así de espectacular en la versión online de la revista:

stoya1Por qué tratar de imitar el feeling del papel cuando ya es posible mejorarlo en internet es material para otro post, de lo que quería hablar ahora es de que ya no se puede pagar por la información. Hay quien paga a Blende para que le seleccione lo que más le va a gustar, una tarea que antes encomendábamos a las redes sociales hasta que hicimos nuestra lista de seguidores tan homogénea que ya nadie lee apenas nada que no salga de su zona de confort, simplemente hacemos F5 cada día a esa zona de confort con información nueva. Y como Twitter o Facebook ya no me sirven para seleccionar qué cosas gratis debo leer, lo hace Blendle.

Y al final, es una pasta. Si cada artículo que leemos en internet lo pagásemos a 20 céntimos de euro, por pocos cientos de lectores que tuviéramos, los vendedores de artículos tendríamos grifería de oro y un Miró sobre el retrete del salón. Y el caso es que esos artículos que Blende ofrece ya existen gratis, basta con una búsqueda, medio segundo. Podría abrir ahora mismo otra pestaña, salir de Blendle y leerlo, pero si pago esos 20 céntimos es porque me he ahorrado justamente eso. No quiero buscar cosas buenas que leer, sólo quiero elegirlas.

Hoy en día, no puedes pedir a nadie que pague directamente un euro por leer un reportaje sobre Yemen que has escrito, pero puedes pedir muchos euros para escribir un reportaje sobre Yemen, y quien los pague sabrá que el reportaje será finalmente gratis. La gente paga, sí, pero por otros conceptos. Unos pagan su suscripción a El Diario, a 5W o a El Español, no por la información en sí, sino para que esas noticias existan, porque sí, sólo pueden existir en internet si son gratis, aunque sea dentro de ocho horas. Otros eligen a Blendle para que seleccione lo mejor de esa información gratis que circula, y pagan por ella porque, aunque sea gratis, está verificada. Ya tienen más de 26.000 suscriptores.

Puedes vender algo que te sirva para financiar esa información, pero no se paga por información como tal, no se puede, es ontológicamente imposible. Leer este post es gratis. Me ha costado mi trabajo, lo saben, pero no puedo cobrarles por ello. Es gratis. Mientras decíamos que cuesta dinero y que hay que pagarlo, lo hemos hecho todo gratis.

Es un pensamiento desasosegante y al tiempo liberador.

Ambas representan una pérdida

En las películas, cuando un objeto empieza a humear, siempre acaba explotando.

En la realidad, cuando un objeto empieza a humear luego sigue humeando un tiempo, las llamas prenden primero lo accesorio, que empieza a retroceder hasta que tras el humo solamente se aprecia ya la estructura, que acaba por derrumbarse y lentamente la pira va haciéndose brasa, luego cenizas y un día una ráfaga de aire se las lleva y el objeto se olvida.

Ambas representan una pérdida, pero cuál estamos contando.

Den una oportunidad a los gatitos

No sé si es hoy, o quizá fuera ayer, pero me viene a la cabeza el 21 de mayo de 2006 como el día en que debuté en el ABC de Madrid con una piecita inane de tres párrafos sobre un homenaje a Santa Teresa de Jesús en la Real Academia de la Historia. Recuerdo que en aquella portada salía una foto de Ronaldinho, el Barça de Rijkaard había ganado la Liga.

En aquellos días, te metías en un periódico digital en el que habías escrito un reportaje y lo veías ahí, al fondo de una sección y rodeado de teletipos sin firma. Ahora en cambio, lo pones en redes sociales y en vez de competir con despachos de agencia compites con gente quejándose de su compañía telefónica.

Antes en internet casi nadie pagaba, ahora casi nadie paga bien. Es un avance muy sustancial.

Muchos de los periodistas sénior que quedan en plantilla de los grandes medios se quejan de que el periodismo que hacen va a pasar a ser sustituido por listas bobas y fotos de gatitos, pero no se engañen, en realidad se quejan de que los echen a la calle. Si muchos pudieran mantener el statu quo y la nómina haciendo gatitos, los harían. Yo no, porque tengo una ética: soy más de perritos. Y de jirafas.

Al final, las listas bobas y los gatitos contienen la misma cantidad de periodismo que la alternativa que algunos proponen, artículos pseudoemocionales sobre experiencias en primera persona, ya sea de sus propias familias o de cómo ven el futuro del oficio. Homeopatía factual, a fin de cuentas. E igual que unos chamanes llaman a lo suyo medicina, otros llaman periodismo a sus pucheros.

Otro avance. Entre unos y otros, hemos conseguido que en diez años el sintagma «periodismo de calidad» ya no signifique nada. Es una bandera que todo el mundo lleva ya, el segmento de mercado de la palmada en el pecho sin refutación posterior está saturado. Dejemos de usar ese sintagma maldito y nos irá mejor. Show, don’t tell.

La verdadera razón de que no haya mucho más periodismo de investigación en los medios no es que sea muy caro, es que es muy vocacional.

El día que saqué mi primer artículo, y Ronaldinho estará de acuerdo, las cosas eran muy diferentes. Los medios de comunicación habían pasado por dos décadas esplendorosas de pura fiesta pero, cuando yo llegué al local, ya estaban encendiendo las luces, sonaba With or without you y apenas quedaban para beber los culillos calentorros de los benjamines de Veuve Clicquot Ponsardin.

Para quienes asistieron a la fiesta, el panorama actual es desastroso pero, en general, con respecto a hace diez años, para quienes hemos nacido y crecido en la post-fiesta, la cosa está mejorando mucho. No se lo creen, ¿verdad? Pues sí, hay menos dinosaurios, pero más pequeños mamíferos en el planeta.

Y pienso que a lo mejor, cuando hablan de gatitos, se refieren a nosotros.