Los lectores que nos merecemos

He estado leyendo cosas bastante raras últimamente para tratar de responder a una pregunta que me ronda la cabeza desde hace tiempo: ¿Qué es un lector en la era digital? O más bien, ¿qué tiene que hacer alguien para considerarlo un lector?

No creo que lo haya logrado, pero empezaré por el principio. 

Hace unos años, el lector era aquel que, previo pago del precio del periódico, te leía en esas páginas. Había un contrato tácito: «Yo, en adelante, el periodista, me esforzaré por contarte historias razonablemente originales, bien trabajadas y que en su gran mayoría serán 100% verdad. A cambio, tú me das un euro y a cambio tienes el derecho de protestar si alguna de estas cláusulas, por tácitas que sean, se incumplen por parte del periodista. Es tu derecho como lector mío».

¿Pero cuál es ahora el contrato en internet? Para empezar, ese derecho de protesta o réplica se ha universalizado. Ya no es necesario pagar ese euro o ser suscriptor para considerarse «lector» de un medio y cualquiera puede sentirse legítimamente agraviado ante un mal artículo. Para más inri, ya que los medios ahora están obligados a buscar millones de esos no-lectores, tanto ellos como sus periodistas tomamos una actitud de casi-sumisión ante los lectores en las redes. Los community manager que llevan los medios dicen ante una crítica «siento que no le haya gustado» o «trabajaremos por mejorar», cuando realmente quieren decirle a ese desconocido «tiene usted la capacidad de comprensión de una ameba» o «vaya hombre, ya está aquí el malafollá sin amigos reales sacando punta a otro artículo».

Un momento. Antes de seguir y como percibo cierta incomodidad en usted, lector, aclararé que no digo que los medios, con su descuidada producción de noticias en masa y sus carencias técnicas o intelectuales no merezcan críticas. Claro que sí. Lo que digo es que debido a varias causas -económicas, tecnológicas y sociales- los medios tienen las manos atadas a la espalda, lo que provoca que cualquier internauta se siente moralmente autorizado para interpelarnos. ¿Ha hecho usted sus deberes antes de decirme que mi artículo es incompleto, erróneo o falaz? ¿Está usted seguro de que es intelectualmente aceptable criticar, no ya un artículo, sino un tuit? Sobre los motivos para criticar a los medios ya he escrito a menudo en este blog y lo seguiré haciendo, pero hoy, permítamelo, vamos a hablar de usted.

Hace poco, cuando salió Medicamentalia, un trabajo que nos llevó seis meses de investigación, un tuitero anónimo respondió que de dónde sacábamos esos datos, que no podía ser, que tenía que ser mentira. Por supuesto, la respuesta a todas sus preguntas estaba en el propio trabajo, pero el tipo ni siquiera había pinchado en el enlace antes de ponerse a despotricar. ¿Es eso un lector? 

Una de las cosas que se oyen a menudo en estos tiempos, tan de gurús, es que «las redes sociales mejoran el periodismo porque ofrecen al autor un feedback continuo».

Suena muy bien, hasta que uno se mete en Twitter y ve que ese feedback se centra casi sistemáticamente en gilipolleces como un pie de foto mal colocado, una errata en un titular que confunde Irán con Irún, un párrafo descontextualizado que suena grotesco, o mi favorito, que es cuando alguien, con intención de hacer mofa, coge la lista de las noticias más leídas de ABC o El Mundo y claro, todas son estupideces. ¿Pero no se dan cuenta de que esa lista no habla mal del medio, sino de los propios lectores? 

Claro, uno de los problemas aquí es que nadie tira piedras a su propio tejado. Nadie quiere arriesgarse a perder lectores insinuando que las críticas que hacen a los medios son, la mayor parte de las veces, tan superficiales, frívolas y banales como aquello que pretenden denunciar. Así que lo dejamos pasar y seguimos con esa táctica de hacer la pelota a los lectores, táctica que hemos adoptado directamente de los escritores de novelas en babosa promoción editorial: «Mis lectores me escriben la columna». «Para las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan». «Sin mis lectores ni existiría». «Gracias a mis lectores por dejarme entrar en su salón».

Tampoco los internautas parecemos dispuestos a reconocer que nos encanta esa actividad de sobrevolar la prensa a la búsqueda de un titular alevoso, una errata ortográfica o una foto que madre-mía-qué-foto. Pillamos a nuestra presa y vamos al Twitter frotándonos las manos: «Veamos, ¿qué pose le va mejor a este fallo en una gráfica: la de cínico, la de indignado o la de socarrón?» Eh, y no se nos olvide añadir el hashtag #NuevoPeriodismo.

Además, esa falta de críticas de fondo, de análisis sin sesgo, de reproches constructivos tiene una salida fácil. «Qué quieres, es que los 140 caracteres no dan para más. Ah, y se me olvidaba: ¡Sinvergüenza!» 

Lo que me trae de cabeza con todo esto es que sobre lectura digital se han publicado muchísimas cosas, si leemos más o menos que en papel, cómo afecta a nuestra memoria a corto-largo plazo, que si Google nos hace más tontos… pero no he encontrado nada que aborde la figura del lector en la era digital. ¿Somos todos lectores de todo? ¿Por qué tratamos igual a un lector potencial, incluso a uno ocasional, que a un lector fiel? ¿Y en qué momento se convierte alguien en lector fiel de un autor o de un medio en internet? ¿Merece el mismo trato por nuestra parte alguien que compra un periódico y no lo lee o alguien que lee un periódico que no ha comprado? ¿Y en digital, cuál de los dos somos nosotros, acaso los dos al mismo tiempo?

Uno de los trabajos más interesantes que he leído estos días es esta tesis holandesa de 2010: On reading in the digital age, un compendio de varias teorías al respecto. Entre ellas, me llamó la atención la de Alain Giffard, de quien nunca había oído hablar.

Su ensayo se titula Des lectures industrielles y, al contrario que otros teóricos, Giffard no cree que la llegada de internet haya degradado el proceso de leer, simplemente asume que ahora existe una nueva forma de lectura que complementa a la forma, digamos, clásica. Así, este señor distingue entre lecture d’etude, que es la que hacemos al leer un texto de forma atenta y estudiosa, y lecture d’information, que más que lectura es un proceso de escaneo después del cual el lector decide si adentrarse en un texto o descartarlo.

Probablemente en internet nos movamos continuamente entre ambas formas, entramos y salimos, escaneamos, leemos, nos retiramos y volvemos a escanear. Giffard insiste en que no hay que sobrestimar la influencia de internet. En realidad, al hojear un periódico hacemos algo muy parecido. El caso es que, según dice esta tesis, «la lectura online no es solamente una consecuencia del medio digital: la tecnología de la lectura digital era también una condición para el desarrollo de Internet». 

Ojú, no sé qué hago últimamente con este blog que siempre acabo en una espiral de recuerdos de Leonard Kleinrock.

Bueno, que uno comente un artículo, positiva o negativamente, estando en modo-escáner y no en modo-lectura es uno solo de los factores que me escama. También está la relación que adquieres con muchos de esos lectores o no-lectores, gente que en Twitter te hace retuits sistemáticamente para difundir tus artículos. Ya, no siempre se los leen, ¿pero importa realmente? 

A veces me sorprendo a mí mismo agradeciendo un RT de un artículo mío a alguien, y sospechando que realmente no lo ha leído, porque el tiempo de lectura del artículo partido del tiempo que hace que lo publiqué en Twitter es superior a uno. 

Vivimos tiempos extraños.

Pero de cualquier forma tienes que considerarlo un lector, aunque ni siquiera te lea, aunque sólo escanee el titular, la entradilla y valore la foto mientras bosteza en su oficina y desliza la mirada hacia un banner con mujeres en bikini.

Es mi lector porque él mismo se considera lector mío, cómo voy a contradecirle, y menos siendo tan amable. Como es sabido, los lectores de uno siempre descienden del Parnaso y por supuesto siempre llevan toda la razón al elogiarme.