La cancelación en diferido de María Blasco

Estoy siguiendo con gran interés todo lo que rodea al apiolamiento de la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas.

En este país, alguien está en un pedestal desde el que solo se escuchan aplausos y elogios hasta que, en un momento dado y sin saber muy bien cómo, se decreta su fusilamiento. Los aplausos se silencian de repente y empiezan a llover piedras. A veces, desde las mismas manos que aplaudían.

Me interesan mucho estos procesos, reflejos de una sociedad esquizofrénica. Principalmente, por el papel que juegan en ellos los medios de comunicación. Más que describir, construyen.

Tres semanas de Pasión

La primera noticia que he podido encontrar al respecto es del 11 de diciembre. El ABC publica que El Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas se gastó casi un millón en un proyecto para comprar arte. Dos días después, en El País: El mayor centro de investigación del cáncer lleva años sin los equipos necesarios para trabajar: “Estamos al límite” y María Blasco culpa al Gobierno de la falta de fondos del CNIO y pone su cargo a disposición de Diana Morant.

El 14 de diciembre, The Objective se suma con un La directora del centro contra el cáncer cobró 90.000 euros de más en tres años. El 15, ABC publica El Centro del Cáncer intentó que su directora se perpetuara en el cargo. Un día después, en El País, Científicos del CNIO, el mayor centro de cáncer de España, exigen al Gobierno que cese a María Blasco y Una investigación oficial culpa a María Blasco de abuso de poder en el CNIO.

Una semana después de que todo empezara, prácticamente toda la prensa nacional ha encontrado algún indicio delictivo contra Blasco. El 17 de diciembre, El Debate publica La directora del Centro contra el Cáncer se compró al contado dos casas en Galicia mientras denunciaban que cobraba sobresueldos y The Objective que La cúpula del CNIO se repartió 720.000 euros en sobresueldos entre 2014 y 2020.

Blasco rompió su silencio poco después concediendo dos entrevistas, a eldiario.es y RNE, para denunciar una campaña «inaceptable» de desinformación en su contra.

La cascada de noticias contra la bióloga molecular ha seguido hasta estos días con acusaciones de lo más variopinto. Por ejemplo, haber gastado miles de euros en productos Apple o haberse llevado a su pareja e hijo a un viaje a Noruega.

Las noticias sobre el tema han alimentado, a su vez, muchas columnas de opinión. En El Confidencial, Juan Soto Ivars publicaba con su habitual sutileza, «¿Padece cáncer el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas?» en referencia a Blasco. Precisamente, en el mismo medio que, unos meses antes, premiaba a María Blasco por toda su carrera en una gala llamada Mujeres que Inspiran el Cambio. Más que una anécdota, una miniatura del caso Blasco y de un país que más que polarizado está bipolarizado.

¿Qué coño ha pasado para que una bióloga molecular especializada en telómeros, egregio currículum y anodinas maneras haya pasado a recibir más ataques en el último mes que en todos los años que lleva como personaje público?

Campañas de desinformación. No siempre negativas

En mi opinión —levemente informada por los años que llevo escribiendo del tema— María Blasco no ha sido objeto de una campaña de desinformación sino de dos. La actual, sospechosamente negativa, y otra, exageradamente positiva y que ha durado más de una década.

A veces he tomado algún café con alguna fuente dentro del CNIO y bueno, no es ninguna sorpresa que ahí dentro mucha gente no la soporta, en lo profesional o en lo personal. Diferentes caracteres, una acumulación de putadas y contraputadas a lo largo de los años… lo típico en cualquier empresa, solo que esto es uno de los principales centros de investigación en cáncer de Europa. En lo que todo el mundo parecía estar de acuerdo era en que Blasco era intocable.

Esta sensación, sin embargo, se ha evaporado en el último mes. Para una de las personas con las que hablé, la clave ha sido ver en El País varias noticias negativas seguidas sobre Blasco. No lo decía tanto por las noticias en sí —el autor, Nuño Domínguez, es de lo mejorcito que se estila en periodismo científico, pulcro y riguroso— sino por lo que para ellos revela: que la directora se ha quedado sin protección. Es triste que la gente tenga esta impresión de los periódicos pero bueno, tampoco voy a fingir sorpresa a estas alturas.

Más llamativo aún me resultó que no apareciera nadie para defenderla. Aquel verso de Simon y Garfunkel, silence like a cancer grows, le viene como un guante al caso Blasco. En esta ocasión, resulta ensordecedora la falta de apoyos. Después de una década fotografiándose casi cada semana con algún alto cargo del Gobierno, ahora Blasco está sola. He encontrado una única declaración de Diana Morant en un teletipo, muy al principio del quilombo, y no estoy aún seguro si respalda a Blasco:

(SERVIMEDIA - 13/12/2024) La ministra de Ciencia, innovación y Universidades, Diana Morant, defendió este viernes las actividades y la gestión del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), dirigido por María Blasco, y afirmó que “nunca” hablará “mal” ni contribuirá “al desprestigio” de un centro de investigación como este.

Twitter no sirve ya para informarse o documentarse como antaño, pero como termómetro sigue siendo muy fiable. En el último mes, ni la ministra Morant, ni nadie en la Secretaría de Estado de Ciencia o de Investigación —cuyos titulares, Juan Cruz Cigudosa y Eva Ortega-Paíno, fueron compañeros de Blasco en el CNIO durante varios años— han promulgado públicamente una palabra de aliento hacia ella. Todo esto ofrece para mí más pistas que esos titulares que la atacan. Algún gesto habría servido para aplacar buena parte de la ira que está habiendo en su contra. Pero en estas esferas nadie presta su sangre a un desahuciado.

La propia Blasco, por su reacción inicial a las críticas, también parecía seguir creyendo que estaba cubierta por esa capa de inmunidad ante la opinión pública que la ha protegido los últimos 13 años. Lo primero que hizo fue poner su cargo a disposición del patronato del CNIO, un órgano político-técnico que el año pasado la había ratificado en su puesto. Sin embargo, lo que antes era una red de seguridad es hoy una tela de araña.

She didn’t notice that the lights had changed…

Alguna señal entre tanto ruido

Observando al microscopio toda la secuencia, debió ser en algún momento entre el 12 y el 14 de diciembre cuando todo se descabalgó. Concretamente, cuando Blasco, en respuesta a un artículo de El País trató de devolver aquellas acusaciones lanzando la pelota al Patronato y más tarde al Ministerio.

En ese instante pasaron dos cosas, retroalimentadas: las voces discrepantes dentro de su centro, hartos de una jefa que creían intocable, se organizaron y comenzaron a segar la hierba bajo sus pies y la prensa crítica descubrió una nueva forma de atacar al Gobierno a través de lo que parece una infamia inexcusable: la malversación en caprichos de fondos para el cáncer.

En resumen, Blasco se ha quedado sola en una batalla con tres frentes y en un momento crítico para Moncloa, que lo último que necesita ahora es otro escándalo que les salpique.

En un proceso de muerte civil como este hay dos cursos que transcurren en paralelo: los hechos punibles y las emociones que tratan de suplantarlos. Como cuando cancelaron a Peio H. Riaño y algún columnista resentido salió diciendo: «no sé si todo eso de lo que le acusan será verdad, ¡pero conmigo fue un cabrón!«

Para que la cancelación llegue a concretarse y la persona en cuestión desaparezca de escena, hechos y emociones deben confluir, aunque sea mínimamente.

Ahora mismo, mucha gente ahí dentro o que ha tenido trato con ella en los últimos años está largando pestes a periodistas ávidos de sangre pero que no siempre son capaces de cocinar la mandanga que les llega. Por eso, estos días leemos una mezcla de titulares informativos y escandalosos que, en realidad, contienen poca sustancia punible.

Por ejemplo, lo de comprar al contado con su pareja una casa y una parcela en un pueblo de Galicia, un titular que palidece cuando se aclara que el valor estimado de esta vivienda rural no supera el salario anual de Blasco, con o sin sobresueldos. Que cobre lo mismo que el director del Museo del Prado o más que el presidente de una CCAA es una curiosidad, pero no una noticia.

Lo del programa de arte, origen de la polémica, tampoco parece para tanto. Organizaban un encuentro anual, pagado total o parcialmente por la RSC del Banco Santander a través de su fundación, entre un científico y un artista —habitualmente de renombre, premios nacionales y tal— para que se fueran una semana a algún lugar (¡Mozambique! ¡Noruega!) y crearan juntos una obra que luego era donada al CNIO, para exponerla o venderla. Se podrá considerar más o menos adecuado, pero es un programa más de outreach, como puede ser patrocinar una maratón. No tiene incidencia en las investigaciones que se hacen en el centro ni ese dinero podría haberse destinado a otra cosa.

Por cierto, este programa, que ahora el Patronato del CNIO ha mandado detener de repente en medio de un gran escándalo, lleva SEIS años funcionando, desde 2018. ¿Nadie se había dado cuenta o qué?

La lapidación contra Blasco ha llegado al momento en que cualquier piedra sirve. Por ejemplo, las acusaciones en ABC de que «la directora del CNIO gastó en viajes al menos 600.000 euros en dos años» o lo de los 300.000 euros en accesorios Apple. Aunque lo personalizan en el titular, dentro de ambas noticias especifican que en realidad no fue ella quien hace el gasto, sino todo el centro, compuesto por 700 empleados entre cuyas tareas está viajar a congresos o reuniones de proyectos repartidos por todos el mundo. Otro artículo, en El Debate, acusaba al CNIO de no experimentar en animales los fármacos que desarrollan preclínicamente. Esto es directamente absurdo. Aunque es cierto que, con el auge del bienestar animal, los centros se cuidan mucho de pregonar esto, es evidente que se les dan fármacos a los ratones, como demuestran las 700 notas de prensa del tipo «dos fármacos combinados muestran eficacia en ratones» publicadas por el centro. Es más, les aplican fármacos porque previamente les han desarrollado tumores concretos para probar esas moléculas.

Incluso las acusaciones que tienen más chicha, como el asunto de si cobró sobresueldos por los royalties de las innovaciones patentadas por el CNIO, están cogidas con pinzas. La cúpula del centro pudo cobrar 720.000 euros en regalías, pero parecía un sistema diseñado previamente y con cierta proporcionalidad a la aportación de cada cual. De los 4,2 millones obtenidos por el centro entre 2014 y 2020, «un jefe de unidad se embolsó un total de 613.707 euros entre 2014 y 2020; la directora, 53.572; y el vicedirector, 51.958 euros», publica The Objective. No parece un plan magistral diseñar un entramado para enriquecerte y que tu subalterno se lleve diez veces más que tú, ¿verdad?

Sin embargo, todos estos titulares y otros que se han retirado, aunque nunca llegaran a nada en un juicio contra Blasco —si acaso esa denuncia de Manos Limpias llegara alguna vez a tramitarse— hacen su función en toda esta cancelación. En las redes sociales, mucha gente la cataloga ya como una «sociata corrupta».

Es otro de los detalles que me han llamado la atención, en algunos medios se utilizan con María Blasco unas plantillas periodísticas prefabricadas que con alguien como Ábalos encajan bien… ¿pero con ella? Nunca jamás se la ha visto fuera de un entorno medianamente académico, científico o asociado a su cargo. La forma con la que se enfrenta al mundo, esa languidez y aspecto casi menesteroso con la que aparece en las fotografías resultan difíciles de encajar con los titulares que la acusan de haber montado una organización criminal en la que el dinero de los niños con cáncer acaba financiando iPhones y viajes al archipiélago Svalbard.

Hablemos de la gestión

De todo lo que se ha publicado estos días, el verdadero talón de Aquiles de María Blasco es la gestión.

Confieso —por si pensaban que este texto obedecía a algún tipo de contraprestación— que no conozco personalmente a María Blasco, no le debo dinero y, por desgracia, tampoco la he entrevistado en estos años, pese a que llevo visitando el CNIO desde antes de que ella fuera ascendida a directora. Allí los entrevistados siempre jalonaban la conversación con apuntes casuales sobre los exhaustivos procedimientos a la americana que tenían —ya saben, los periodistas y los científicos vemos a Estados Unidos como los cineastas ven a Francia— que si auditorías independientes, que si contratos de cinco años regidos por el up or out, o ibas para arriba o a la calle.

La pérdida de talento investigador, a veces con salidas traumáticas, como fue el despido fulminante de Manuel Hidalgo, uno de sus científicos más prestigiosos; la disminución en ingresos y en publicaciones de alto impacto; el deterioro de las instalaciones del centro, con falta de equipamiento crítico o problemas que afectan al animalario. Estos y otros problemas llevan sucediéndose desde hace años en un centro que, desde su nacimiento, se prometía no caer en los defectos que abotargan a la ciencia española. Son razones suficientes para que, en algún momento, el Patronato del CNIO se hubiera planteado darle otro impulso a la institución. Sin embargo, la reacción siempre fue a la inversa: máxima adhesión.

En su huída hacia delante, Blasco ha deslizado que el CNIO se rige por una estructura bicéfala donde ella solo es la directora científica, y las cuentas, contrataciones o condiciones del personal las lleva el Director Gerente del CNIO, Juan Arroyo. No obstante, a lo largo de los años hemos podido escucharla o leerla en multitud de entrevistas y declaraciones hablando sin problemas de sueldos de científicos, de préstamos, de proyectos o de demandas económicas al Gobierno, que actualmente sigue haciendo ella. Porque, ejem, ella es la directora.

Todo estos problemas, además, no son nuevos. Su nombramiento estuvo envuelto en controversias desde el primer momento, y sin embargo… parecía que la nobleza del objetivo —que la mujer ocupara al fin el lugar que merecía en el siglo XXI— justificaba tragar con un cúmulo de irregularidades en los procedimientos. Al final, es una venda que acabó poniéndose toda España en un ensalmo colectivo.

Un tuit de servidor en mayo de 2011, un mes antes de su nombramiento.

Al margen de su elección, fugazmente controvertida y pronto sepultada en la memoria, hubo muchas más cosas. Y pese a los elogios generalizados al CNIO, en aquellos años hubo periodistas que hicieron su trabajo. Los informes del Tribunal de Cuentas que señalan prácticas contables cuestionables llevan apareciendo regularmente desde 2015, como bien cubrió en su momento, por ejemplo Miguel G. Corral en El Mundo.

La interferencia con negocios paralelos de Blasco es incluso anterior, en 2013 Begoña P. Ramírez desvelaba en Infolibre que la directora del CNIO cobraba también y al mismo tiempo de Life Length, empresa fundada por ella misma y dedicada a hacer análisis de telómeros en resorts de lujo. Es algo ligeramente más escabroso que las no-noticias que están apareciendo estos días sobre Telomere Therapeutics, una spin-off del CNIO y la UAB de la que Blasco tiene una participación.

En 2016, Nuria Ramírez de Castro narraba en ABC la escandalosa fuga de cerebros que estaba padeciendo el CNIO bajo la dirección de Blasco: Manuel Hidalgo, Manuel Serrano, Alfonso Valencia… el goteo siguió durante más tiempo. En diciembre de 2018, Erwin Wagner, un fichaje estrella de la época de Barbacid a quien tuve ocasión de entrevistar cuando llegó, una década antes, se marchaba a Austria debido a la rebaja de su sueldo. Esto último no es culpa de María Blasco, claro.

La cosa con todo esto es que… todas estas noticias que leemos ahora son balas oxidadas, casquillos que Blasco ya esquivó en su momento. Parece otro simulacro de periodismo de investigación para una sociedad desmemoriada, y sin embargo, estas esquirlas de información reciclada parecen estar haciéndole ahora el daño que no le hicieron entonces.

Premios y más premios

Resulta que la gestión del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas durante todos esos años no era excelente. Quién lo diría, cuando la única respuesta de la sociedad española fue premiar incesantemente a María Blasco.

Alguna que otra vez —como periodista experto en ciencia y/o persona que ha escrito un libro sobre científicas españolas contemporáneas— me han consultado informalmente «oye, están haciendo una lista de científicos para un premio, preferiblemente quieren mujeres, ¿se te ocurre alguien, nos puedes dar unos nombres?», lo típico. Más de una vez, el jurado de turno se lo acabó otorgando a Blasco. Nunca solía recomendar su nombre, no por nada, sino porque entendía que ya era tierra conquistada para la mujer en la ciencia y que había otras investigadoras, menos conocidas pero con idéntico pedigrí y merecimiento. Además, Blasco lleva varios años más asociada a la gestión que a la investigación en primera línea, aunque en su defensa hay que decir que sigue publicando a un ritmo más que decente, en revistas top e incluso como primera autora.

En fin, todo esto a quienes otorgan las estatuillas les daba bastante igual. Hasta hace un mes, Blasco ha sido un perfecto comodín que ha recibido una cantidad absurda de galardones de todo tipo. Leo que los últimos han sido el premio Abogados de Atocha (otorgado por CCOO Castilla La Mancha) o el premio a la Mujer más Inspiradora de 2024, ahí es nada. Ella ha sido (todavía lo es) un tótem que representaba a muchas causas, todas ellas necesarias. Si hacía falta un rostro para apoyar una iniciativa sobre mujer, ciencia o visibilidad LGTBI, ahí estaba ella.

En realidad, quienes se los otorgaron no estaban premiando realmente a Blasco, solo se estaban premiando a sí mismos. Ella se llevaba a casa el pisapapeles de cuarzo y ellos la fotografía que venía a expiar sus pecados corporativos.

Cabe preguntarse si esta actitud va más allá de los eventos y los premios. Si tras los golpes en el pecho y las palmaditas en la espalda había un orgullo genuino por tener a Blasco al frente de uno de los principales centros en investigación en cáncer o simplemente el alivio de contar con un símbolo del que poder tirar en cualquier momento como sociedad.

Es comprensible que sus enemigos, quienes llevaban tiempo conspirando para que esto sucediera, estén ahora velando armas en silencio. ¿Pero dónde está la voz de aquellos que escribieron todas esas laudatios, honoris causa, loas y palabras de encomienda? Que nadie sufra por ellos, el peloteo nunca es en vano. Seguramente esos discursos serán recuperados muy pronto y los archivos .docx renombrados como exequias.

¿Quiere un mejor periodismo en 2017? Pues aprenda a quejarse

Este pasado año me han braseado en redes sociales tanto como a cualquiera que se dedique a esto: que si vaya titular tendencioso, que si menuda foto has elegido, qué entradilla o pie de foto más lamentable, qué vas de graciosillo, aprende a escribir gañán, a esto lo llaman periodismo, qué opinará @pedroj_ramirez de esta «noticia» de @bajoelbillete, etcétera, etcétera.

Los periodistas vivimos una época privilegiada en cuanto a la interacción con los lectores, y viceversa, porque ya todos somos un poco ambas cosas: creadores y receptores de información. Sin embargo, la capacidad de poder quejarse de las noticias no siempre las hace mejores. De hecho, casi nunca las hace mejores.

Así que, para que este nuevo año sea un poco más fructífero, he venido a decirle, lector, cómo debe quejarse de las noticias. Y sé que esto le irrita mucho porque, por lo general, los lectores digitales somos unos niñatos malcriados, pero siga conmigo un poco más y quizá comience a apreciar esa agradable sensación casi olvidada: la presión de las correas de la disciplina sobre su cintura.

Escuche bien. Así es como tiene que criticarme, a mí y a otros compañeros periodistas, a partir de ahora. La industria se está desmoronando, pero vamos a tratar de comportarnos como adultos. Se acabaron las chiquilladas.

No olvide nunca en qué terreno nos movemos

Sabe tan bien como yo que los medios en internet vivimos de los clics. Usted no paga un céntimo por leernos y, a cambio, los jefes nos miden a fin de mes en función del tráfico que hemos conseguido. Ese es el acuerdo tácito que mantiene en pie el edificio.

Cuando escribimos una noticia, tenemos muchas cosas en cuenta, la primera de ellas es que sea informativamente relevante pero el impacto en visitas que pueda tener es un factor. Si es probable que usted no la lea, es probable que yo no la escriba.

Por supuesto, más de una vez se nos va de las manos y acabamos haciendo puro clickbait, un titular que promete mucho más de lo que ofrece, pero es la consecuencia lógica de este modelo fallido.

Otra cosa que se suele ver a menudo es una derivada de lo anterior. Los medios digitales suelen publicar más de 50 noticias al día y tienen secciones dedicadas únicamente a generar mucho tráfico. Así que piense en todo esto antes de escoger la peor noticia que vea ese día en una web y tuitear escandalizado…

«NUEVO PERIODISMO»

No servirá de nada para mejorar la calidad de la prensa. Es más, cuando veo a alguien así pienso «si es un lector tan exigente, ¿por qué no está leyendo algo a su altura en Der Spiegel en lugar de andar hozando en la mierda?»

Lo que sus quejas dicen sobre usted

No crea que no he hecho los deberes pese a estar en periodo vacacional. Una vez aclarado lo anterior, hay que introducir una explicación.

Según leí en este artículo del Wall Street Journal sobre cómo quejarse de forma efectiva, los psicólogos distinguen entre dos tipos de quejas: expresivas e instrumentales. Aplicadas a las noticias, una queja expresiva sería tuitear «¡vaya mierda de reportaje te has escrito sobre las elecciones estadounidenses!» y una instrumental sería «¿no deberías incluir también el punto de vista de los votantes de Trump en este reportaje?» Más o menos.

Otra cosa que algunos estudios dicen es que hay gente que tiende más a quejarse de forma expresiva y otra, de forma instrumental. La forma de expresar las quejas, no sólo sobre las noticias, tiene que ver con la satisfacción y el bienestar que uno tiene en su vida.

En resumen, hay muchos factores detrás de una queja y no podemos controlarlos todos, pero hay una clave en la que deberíamos pensar antes de enviar una queja y es… ¿quiero cambiar las cosas y ayudar a que el periodismo sea cada vez mejor?

Si su respuesta es NO, puede cerrar esta pestaña. Si su respuesta es SÍ, aquí van unos consejos.

De qué y cómo podemos quejarnos

La figura del Ombudsman o defensor del lector es casi inexistente en el periodismo español, pero sepan una cosa, si existiera no podrían quejarse de lo que les diera la gana. O mejor dicho, sí podrían pero sólo unas cuantas quejas tienen el poder de modificar un artículo.

The Guardian, que tiene un defensor desde 1997, estipula el tipo de quejas que acepta. Las he adaptado, resumido o actualizado para elaborar una breve guía de apenas tres puntos.

En redes sociales, mencione siempre al autor de la pieza. Ni el community manager, ni el director del medio ni ninguno de los otros trabajadores o colaboradores tienen la autoridad, la capacidad o el interés de modificar una noticia errónea.

Que no esté de acuerdo no significa que esté mal. Buena parte de las críticas no son críticas a la propia pieza sino en desacuerdo a una declaración o al propio enfoque del artículo. Este tipo de quejas, que The Guardian califica como «triviales, hipotéticas, vejativas o insignificantes» suelen ser las primeras en ser descartadas, téngalo en cuenta.

Sobre qué cosas no se quejan nunca los lectores y deberían quejarse siempre. Cuando una frase o extracto sea impreciso, cuando una fuente es anonimizada sin aparente necesidad, cuando el periodista no ha ofrecido a alguien la posibilidad de responder de las acusaciones o cuando el periodista interfiere en el duelo o el dolor de una víctima.

Podrían añadirse otras, más específicas para temas espinosos como el periodismo de finanzas o judicial, pero me apartaría del objetivo de este post. Dejémoslo en tres puntos, todo sustancia, cero tontería.

Memorícelos querido lector y prepárese para hacer un favor a los medios españoles en 2017 atorrando hasta la muerte a sus plumillas mileuristas favoritos.

Si ya sabes de dónde viene la palabra ‘amateur’

Si ha caído usted aquí, seguramente habrá leído ya el artículo Los amateurs acabaron con el periodismo, publicado por Marga Zambrana en Letras Libres. E incluso la réplica de Alberto Arce en Horizontal, No fueron los amateurs quienes terminaron con el periodismo.

En resumen, la guerra de Siria y otros conflictos actuales están siendo cubiertos por freelancers infrapagados -pero de buenas familias que pueden permitirse la aventura- que escriben desde un piso en Estambul o Beirut y tiran de las mismas fuentes de WhatsApp que otros tantos cientos de periodistas en todo el mundo. El debate está en si la culpa es de ellos o de los medios de comunicación que lo permiten. Aunque ya he dejado escrito antes por ahí que la práctica del periodismo se está volviendo decimonónica y, en efecto, reservada a los vástagos de la clase alta, no venía a hablar de eso.

El tema es que hay sitios que están cubriendo muy bien conflictos como el de Siria, ofreciendo información nueva casi a diario: noticias magras, asépticas y muy diferentes a las crónicas a las que estamos acostumbrados. Sitios que los periodistas «profesionales» (¡argh!) desdeñamos a menudo porque muestran con orgullo la credencial periodismo ciudadano.

Hablo en concreto de Bellingcat, donde además se definen como «periodistas ciudadanos de investigación», una contradictio in terminis o eso pensaba yo. Han salido mucho en prensa anglosajona pero en España no he visto mucho escrito sobre ellos, fuera del blog Guerras Posmodernas de Jesús M. Pérez Triana y de este reportaje de Pablo Mediavilla publicado en Ahora.

Bellingcat fue fundado por Eliot Higgins en 2014. Cuando Higgins comenzó en 2012 a cubrir desde su blog -bajo el pseudónimo Brown Moses- la guerra siria, no era más que un administrativo de Leicester desempleado y con una hija. Como los freelancers pijos de Estambul, Higgins no hablaba una palabra de árabe, pero le apasionaban las armas y en eso se centró. A finales de 2013 el New Yorker le hizo un perfil en el que describía su típico día: daba de desayunar a su niña y luego miraba cuentas de Twitter relacionadas con la guerra. Un día vio denuncias de un posible ataque con armas químicas en la periferia de Damasco. Su siguiente parada fue YouTube, donde ya había docenas de vídeos subidos por los vecinos. Niños con convulsiones y echando espuma por la boca.

Así, recopilando material y preguntando en Facebook y Twitter, Brown Moses descubrió que Assad usaba armas químicas o bombas de racimo y que el Frente de Liberación Sirio se había hecho con munición antiaérea. Logró dar más exclusivas que nadie sobre una guerra imposible de cubrir de un modo tradicional: ha habido ya docenas de periodistas asesinados y muchos otros secuestrados, y las incursiones de la prensa al país se realizan de forma tutelada por los distintos bandos. Con Bellingcat, Higgins quiso llevar más allá el concepto Brown Moses, que ya no fuera él solo sino una red de personas las que investigaban, y ya no sólo expertos en Siria sino también en otros países o en temas como el accidente del avión MH17 en Ucrania o el escándalo del hacking telefónico en Reino Unido.

Confieso que el periodismo internacional de conflictos es de los que menos frecuento, pero si Bellingcat me interesa no es por la guerra en sí, sino por la forma en la que trabajan. En primer lugar, porque en un momento en el que los medios han renunciado a investigar porque dicen que es costoso y no pueden permitirse que los redactores salgan por el mundo, ellos han demostrado que se pueden investigar muchísimas cosas a coste cero desde un salón. ¿Por qué no hicimos eso nosotros primero? Y ahora que otros lo han hecho por nosotros, ¿por qué no les imitamos en lugar de quejarnos porque las cosas han cambiado?

A los periodistas nos encanta decir «ya no tenemos el monopolio de la verdad», pero pocos de ellos lo creen realmente. Si lo creyéramos de verdad, desde una poderosa cabecera no se culparía al revisionismo tuitero cuando un bloguero o un medio menos conocido desmienten una información suya aportando pruebas. Tenemos muy enraizada la arrogancia.

Otras cosas que me encantan de Bellingcat y de las que los periodistas ejem, profesionales deberíamos aprender.

Costó lo que costó

Higgins hizo un crowdfunding en Kickstarter y logró levantar algo más de 50.000 libras (algo menos de 60.000 euros) de 1.700 personas para poner en marcha el proyecto. Así es, en un contexto en el que necesitas millones de usuarios únicos -o mejor dicho, globos oculares- pinchando en las noticias para que un medio online gratuito sea rentable, ellos fueron en la dirección opuesta: poca gente pagando algo para no depender de los odiosos banners. Lo más interesante de esto es que, prácticamente la mitad de los donantes del crowdfunding pusieron el precio mínimo: entre 5 y 15 libras.

Funcionan con fuentes abiertas

A partir de fotos, vídeos de YouTube, tuits o publicaciones en Facebook, en Bellingcat emplean herramientas de verificación para tratar de saber si un vídeo o foto se tomó realmente en Raqqa y en esa fecha, o analizan los metadatos de un tuitero que afirma estar en Alepo para corroborar si lo está realmente. En algunos sitios aún lo llaman, jocosamente, periodismo de salón, o de Google.

Por ejemplo, la semana pasada siguieron el rastro de Anis Amri, el terrorista que mató a 12 personas e hirió a 49 en Berlín y posteriormente fue abatido en Milán, a través de sus redes sociales: encontraron por dónde se movió en los últimos meses, dónde estaba en las fotos que colgó, otros perfiles suyos de Facebook que descubrieron gracias a sus familiares, contactos suyos relacionados con el yihadismo, etc.

El open source tiene otra cosa que los periodistas, habitualmente, solemos mirar por encima del hombro, y es su falsabilidad. Todos los datos que usan en Bellingcat para dar sus noticias están en internet y son fácilmente accesibles por un administrativo en paro, tan sólo hace falta aplicar a ellos mucho tiempo y conocimiento, es decir, trabajo.

Son falsables, y por tanto, creíbles

Que los lectores sepan de dónde viene esa información es, en un momento como éste, clave. La tradición aún es que las grandes exclusivas periodísticas están en las cloacas, y hay que hacer algo sucio para salir de allí con la portada de mañana. Los lectores desconfían, y más después de trabajos sensacionales como V, Las cloacas del estado de Álvaro de Cózar, un serial donde de las alcantarillas surgen nombres de periodistas muy conocidos, que resultan estar de mierda hasta el cuello pero a día de hoy siguen escribiendo en los periódicos y apareciendo en la televisión como si tal cosa, fingiéndose inmaculados. Con Bellingcat nadie se pregunta de dónde sale esta información o quién se la habrá pasado o con qué intereses, sino que el espectador directamente arquea las cejas y se sorprende de que eso estuviera ahí, a la vista de todos y a falta de que un frikazo se pasara varias horas de su vida haciendo pantallazos a misiles en vídeos de YouTube y comparándolos con otras armas en una web de balística rusa.

Sobre este tipo de cosas se construye la credibilidad que muchos medios, con sus informes confidenciales y sus «siempre según fuentes cercanas» ya han perdido.

Volviendo al principio, este siempre va a ser un oficio de amateurs, afortunadamente. Es más, es la gente que viene de otros sectores -como el empresarial o el tecnológico- la que insufla a veces un poco de aire a este compartimento estanco. También siempre, supongo, habrá alguien dentro de la industria que diga «ese no es periodista» o «eso no es periodismo».

Soy un coñazo y me repito, pero ya les conté un día cuando yo empecé, de estudiante, haciendo crónicas de partidos de regional para el ABC de Córdoba por 30€ al mes. No llegaba ni a la categoría de aficionado y sin embargo, el chico que estaba haciendo lo mismo para el Diario Córdoba, algo mayor, más veterano y que tampoco se dedicaba profesionalmente a ser cronista, me mostró el primer día cómo ir recoger las alineaciones en el bar del estadio, donde el árbitro dejaba una copia escrita en una cuartilla.

Por este tipo de cosas, Antonio, no puedes reprochar nunca a nadie, por amateur que sea, que trate de meterse en este oficio decadente. En primer lugar porque no tienes autoridad moral, ya que tú mismo lo hiciste, en segundo porque puede enseñarte cosas que en esta casa ya no se aprenden, y en tercer lugar, porque oye, podría acabar dándote trabajo.

Siempre lo hemos hecho así

Así que Playboy ha decidido transformarse en una revista más fina, enfocada a ser lanzada sobre una silla de Mies van der Rohe en lugar de ser metida bajo el colchón con dosis cada vez mayores de acartonamiento. Dado que estoy en la franja superior de edad a la que ahora se dirigen, urbanitas de 25 a 35, con estudios y que todavía se hacen pajas, me dispongo a trazar ciertos paralelismos al respecto, siempre con línea gruesa.

Seguro que la han visto ya, pero incluyo la foto de la última portada para aumentar el tiempo de permanencia en pagina, el engagement y todas esas chorradas.

  

En primer lugar, aplaudo el salto al vacío. No más tías en bolas, ni dentro ni fuera. Si no les sale bien, se hundirán en la irrelevancia -les quedaba poco para llegar. Nunca volverán a los años 70, pero al menos han demostrado tener cierto amor propio y sangre, más allá de los cuerpos cavernosos. Conocemos de cerca cabeceras que tuvieron un pasado glorioso igual que Playboy, y que hoy caen en ventas igual que Playboy pero no han tomado aún una decisión drástica como ésta.

¿Por qué Interviú no se hace más fina en vez de buscar portadas cada vez en pantanales más infectos? ¿Por qué ningún diario deficitario ha apostado, como en EEUU, por una única edición semanal en papel con gran calidad y el resto en web? ¿Por qué aferrarnos a tradiciones absurdas como si ABC conserva o no la grapa, cuando parece más cercano el día en que veamos un ABC sin periodistas, pero aún con grapa? Etcétera. 

Aquí en España todos estamos intranquilos, pero no lo suficiente como para plantear un golpe de timón como éste de Hugh Hefner, que básicamente anula la base fundamental de su negocio, aquello por lo que era conocido, para seguir existiendo.

Playboy ha decidido que, ante la enorme oferta de tetas y coños gratis en internet, había que levantar un muro. Aquello es zafio, lo nuestro es sensual. Aquello es gratis, esto no puede serlo. Y como no puede ser gratis, no puede ser chabacano. Otras cabeceras dicen a menudo que eso que ofrecen gratis no puede ser gratis. Al final, para que lo siga siendo, se funden cada vez más con aquello de lo que querían distinguirse.

He leído también en varios sitios que es la primera portada sin desnudos de Playboy en toda su historia. Poca memoria, otro mal de nuestra prensa. Pues bueno, esta de Pamela Rawlings fue la portada del ejemplar más vendido de toda la historia, más de 7.000.000 en noviembre de 1972. Uno de cada cuatro universitarios estadounidenses la compró.

  

Podía haber puesto el ejemplo de Newsweek o el del Times Picayune de Nueva Orleans, porque van a pensar que todo esto es una excusa para hablar de tetas y no de riesgo. Demasiado tarde, supongo.

Escribir bien

Ni diez años llevo en esto y ya empiezo a repetirme. No piensen que los abuelos contadores de batallitas -siempre las mismas- salen de la nada. Como tampoco los viejos verdes, algunos de los cuales ya vislumbro entre mis amistades hasta cuatro décadas antes de su proclamación.

Hubo una época en que pensaba los artículos para el papel. Entiéndanme, las ideas en abstracto pero la textura en celulosa, con sus despieces y su columna de salida. Ya no. Ahora los pienso exclusivamente en binario, incluso las ideas de los reportajes son a veces irreconciliables con el formato analógico. Datos accesibles, gráficos interactivos, enlaces innegociables. 

Hace poco leí a alguien decir que ya todos los periodistas somos digitales. Creo que lleva razón, tengan más o menos autoconsciencia. Sin embargo, seguimos arrastrando el lenguaje de una etapa anterior, no hemos roto con el pasado. Ya, es imposible romper con la tradición, pero así nos vendemos a veces para distinguirnos.

Por ejemplo, está ese pecado periodístico de repetir la misma palabra en el mismo párrafo. Suelo incurrir a menudo en él, como mis compañeros de Prodigios, editores displicentes, saben. Esta norma pudo tener sentido en el diario impreso, con columnas delgadas que denunciaban con neones un léxico pobre. Si repetías «escaño» o «concomitancia» con dos líneas de distancia, la maqueta mágicamente te lo organizaba para que lucieran una encima de otra. Hoy eso ya no sucede, pero seguimos arrastrando la norma, y en ocasiones enrevesamos la prosa, oscureciéndola a saco, sólo para cumplir con este mandamiento linotípico.

También es cierto que el papel aguantaba mejor el fárrago que la pantalla.

Hay muchos otros ejemplos: no pongas tal cosa en un titular, que el subtítulo no tenga más de tantas palabras, pon un ladillo o un despiece cada cinco o seis párrafos. Algunas normas -como la de fumigar adjetivos y adverbios hasta que sólo resistan los más fuertes- tienen sentido siempre, otras… son clichés, mitos como el de la botella de whisky en el cajón o que el mejor periodismo sale del corazón. Traten de entrevistar a un neurocirujano o analizar los PGE desde las tripas, a ver qué tal.

Necesitamos revisar las instrucciones del Mecano, algo parecido a un estándar, que guíe sin apreturas, porque tampoco estamos seguros. Algo que nos aleje de este clavo ardiendo del tuteo, el lenguaje fresco y tratar a los lectores como a un grupo de pandilleros. Aunque lo sean.

En definitiva, invisibilizar el estilo, porque en esta profesión lo peor que pueden decir de alguno de nosotros es «qué bien escribe este tío» en lugar de «qué tema tan interesante he leído». Todo lo que sea apartar la vista de nuestro trabajo para ponerla en nosotros mismos, cualquier tentación de parecer algo más que padres orgullosos de nuestro retoño textual… es un fracaso. 

Pienso en un vendedor de coches de segunda mano mirándose al espejo en su lóbrego vestíbulo, creyendo haber logrado imitar al fin la infalible sonrisa del conquistador.

Zonas de confort

Creo que voy entendiendo algunas cosas. Nos encanta debatir, o mejor dicho, nos encanta hacer peleas de almohadas con nuestros puntos de vista. Sin apenas permeabilidad. Pero… ¿cómo lo diría? Casi nadie se mete en un debate que pueda perder.

Tengo bastantes amigos y conocidos que se dedican a profesiones creativas: escritores, guionistas, artistas, actores… y recuerdo que cuando aquel affaire de los tuits de Guillermo Zapata todos llevaban el debate al mismo terreno: los límites del humor. 

Podían haber tenido en cuenta otros factores, como la responsabilidad del que deviene representante público o cuánto hay de oral o de escrito en una red social, las consecuencias legales de un ataque de verborrea… Mil cosas, pero claro, todas ellas fuera de su zona de confort. Si te centras en los límites del humor -o más bien, en su ausencia- sólo puedes «ganar». ¿O acaso está usted en contra de la libertad de expresión?

Lo mismo ha pasado esta semana con ese niño sirio muerto boca abajo sobre la arena. Podíamos haber hablado de tantas cosas a raíz de esa imagen. Rutas, culpables, cifras, alternativas. Pero a muchos les ha saltado el resorte: publicar o no. Siempre el eterno debate. «¿Y si hubiera sido un niño español?», «¿Qué habría hecho el New York Times en nuestro lugar?» Y clichés, y odas, y guiños, y ser los garantes de la teoría, teoría, teoría de la información. De nuevo, todos huyendo hacia nuestra zona de confort, donde siempre sabemos ganar la partida. ¿O acaso está usted en contra de contar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con toda su crudeza, aunque el relato sea en realidad sobre nosotros y no sobre Siria? ¿Aunque hayamos preferido quedarnos en Madrid debatiendo en lugar de mandar a alguien allí a contarnos lo que pasa en un reportaje que ya veremos si ilustramos con esa u otra foto?

Supongo que todos lo hacemos, pero claro, uno sólo puede mirar hacia afuera. Si alguna vez detectan en mí una huída hacia zonas de confort, por favor, avísenme. O mejor, traten de retenerme en la intemperie hasta que aprenda algo.

Los lectores que nos merecemos

He estado leyendo cosas bastante raras últimamente para tratar de responder a una pregunta que me ronda la cabeza desde hace tiempo: ¿Qué es un lector en la era digital? O más bien, ¿qué tiene que hacer alguien para considerarlo un lector?

No creo que lo haya logrado, pero empezaré por el principio. 

Hace unos años, el lector era aquel que, previo pago del precio del periódico, te leía en esas páginas. Había un contrato tácito: «Yo, en adelante, el periodista, me esforzaré por contarte historias razonablemente originales, bien trabajadas y que en su gran mayoría serán 100% verdad. A cambio, tú me das un euro y a cambio tienes el derecho de protestar si alguna de estas cláusulas, por tácitas que sean, se incumplen por parte del periodista. Es tu derecho como lector mío».

¿Pero cuál es ahora el contrato en internet? Para empezar, ese derecho de protesta o réplica se ha universalizado. Ya no es necesario pagar ese euro o ser suscriptor para considerarse «lector» de un medio y cualquiera puede sentirse legítimamente agraviado ante un mal artículo. Para más inri, ya que los medios ahora están obligados a buscar millones de esos no-lectores, tanto ellos como sus periodistas tomamos una actitud de casi-sumisión ante los lectores en las redes. Los community manager que llevan los medios dicen ante una crítica «siento que no le haya gustado» o «trabajaremos por mejorar», cuando realmente quieren decirle a ese desconocido «tiene usted la capacidad de comprensión de una ameba» o «vaya hombre, ya está aquí el malafollá sin amigos reales sacando punta a otro artículo».

Un momento. Antes de seguir y como percibo cierta incomodidad en usted, lector, aclararé que no digo que los medios, con su descuidada producción de noticias en masa y sus carencias técnicas o intelectuales no merezcan críticas. Claro que sí. Lo que digo es que debido a varias causas -económicas, tecnológicas y sociales- los medios tienen las manos atadas a la espalda, lo que provoca que cualquier internauta se siente moralmente autorizado para interpelarnos. ¿Ha hecho usted sus deberes antes de decirme que mi artículo es incompleto, erróneo o falaz? ¿Está usted seguro de que es intelectualmente aceptable criticar, no ya un artículo, sino un tuit? Sobre los motivos para criticar a los medios ya he escrito a menudo en este blog y lo seguiré haciendo, pero hoy, permítamelo, vamos a hablar de usted.

Hace poco, cuando salió Medicamentalia, un trabajo que nos llevó seis meses de investigación, un tuitero anónimo respondió que de dónde sacábamos esos datos, que no podía ser, que tenía que ser mentira. Por supuesto, la respuesta a todas sus preguntas estaba en el propio trabajo, pero el tipo ni siquiera había pinchado en el enlace antes de ponerse a despotricar. ¿Es eso un lector? 

Una de las cosas que se oyen a menudo en estos tiempos, tan de gurús, es que «las redes sociales mejoran el periodismo porque ofrecen al autor un feedback continuo».

Suena muy bien, hasta que uno se mete en Twitter y ve que ese feedback se centra casi sistemáticamente en gilipolleces como un pie de foto mal colocado, una errata en un titular que confunde Irán con Irún, un párrafo descontextualizado que suena grotesco, o mi favorito, que es cuando alguien, con intención de hacer mofa, coge la lista de las noticias más leídas de ABC o El Mundo y claro, todas son estupideces. ¿Pero no se dan cuenta de que esa lista no habla mal del medio, sino de los propios lectores? 

Claro, uno de los problemas aquí es que nadie tira piedras a su propio tejado. Nadie quiere arriesgarse a perder lectores insinuando que las críticas que hacen a los medios son, la mayor parte de las veces, tan superficiales, frívolas y banales como aquello que pretenden denunciar. Así que lo dejamos pasar y seguimos con esa táctica de hacer la pelota a los lectores, táctica que hemos adoptado directamente de los escritores de novelas en babosa promoción editorial: «Mis lectores me escriben la columna». «Para las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan». «Sin mis lectores ni existiría». «Gracias a mis lectores por dejarme entrar en su salón».

Tampoco los internautas parecemos dispuestos a reconocer que nos encanta esa actividad de sobrevolar la prensa a la búsqueda de un titular alevoso, una errata ortográfica o una foto que madre-mía-qué-foto. Pillamos a nuestra presa y vamos al Twitter frotándonos las manos: «Veamos, ¿qué pose le va mejor a este fallo en una gráfica: la de cínico, la de indignado o la de socarrón?» Eh, y no se nos olvide añadir el hashtag #NuevoPeriodismo.

Además, esa falta de críticas de fondo, de análisis sin sesgo, de reproches constructivos tiene una salida fácil. «Qué quieres, es que los 140 caracteres no dan para más. Ah, y se me olvidaba: ¡Sinvergüenza!» 

Lo que me trae de cabeza con todo esto es que sobre lectura digital se han publicado muchísimas cosas, si leemos más o menos que en papel, cómo afecta a nuestra memoria a corto-largo plazo, que si Google nos hace más tontos… pero no he encontrado nada que aborde la figura del lector en la era digital. ¿Somos todos lectores de todo? ¿Por qué tratamos igual a un lector potencial, incluso a uno ocasional, que a un lector fiel? ¿Y en qué momento se convierte alguien en lector fiel de un autor o de un medio en internet? ¿Merece el mismo trato por nuestra parte alguien que compra un periódico y no lo lee o alguien que lee un periódico que no ha comprado? ¿Y en digital, cuál de los dos somos nosotros, acaso los dos al mismo tiempo?

Uno de los trabajos más interesantes que he leído estos días es esta tesis holandesa de 2010: On reading in the digital age, un compendio de varias teorías al respecto. Entre ellas, me llamó la atención la de Alain Giffard, de quien nunca había oído hablar.

Su ensayo se titula Des lectures industrielles y, al contrario que otros teóricos, Giffard no cree que la llegada de internet haya degradado el proceso de leer, simplemente asume que ahora existe una nueva forma de lectura que complementa a la forma, digamos, clásica. Así, este señor distingue entre lecture d’etude, que es la que hacemos al leer un texto de forma atenta y estudiosa, y lecture d’information, que más que lectura es un proceso de escaneo después del cual el lector decide si adentrarse en un texto o descartarlo.

Probablemente en internet nos movamos continuamente entre ambas formas, entramos y salimos, escaneamos, leemos, nos retiramos y volvemos a escanear. Giffard insiste en que no hay que sobrestimar la influencia de internet. En realidad, al hojear un periódico hacemos algo muy parecido. El caso es que, según dice esta tesis, «la lectura online no es solamente una consecuencia del medio digital: la tecnología de la lectura digital era también una condición para el desarrollo de Internet». 

Ojú, no sé qué hago últimamente con este blog que siempre acabo en una espiral de recuerdos de Leonard Kleinrock.

Bueno, que uno comente un artículo, positiva o negativamente, estando en modo-escáner y no en modo-lectura es uno solo de los factores que me escama. También está la relación que adquieres con muchos de esos lectores o no-lectores, gente que en Twitter te hace retuits sistemáticamente para difundir tus artículos. Ya, no siempre se los leen, ¿pero importa realmente? 

A veces me sorprendo a mí mismo agradeciendo un RT de un artículo mío a alguien, y sospechando que realmente no lo ha leído, porque el tiempo de lectura del artículo partido del tiempo que hace que lo publiqué en Twitter es superior a uno. 

Vivimos tiempos extraños.

Pero de cualquier forma tienes que considerarlo un lector, aunque ni siquiera te lea, aunque sólo escanee el titular, la entradilla y valore la foto mientras bosteza en su oficina y desliza la mirada hacia un banner con mujeres en bikini.

Es mi lector porque él mismo se considera lector mío, cómo voy a contradecirle, y menos siendo tan amable. Como es sabido, los lectores de uno siempre descienden del Parnaso y por supuesto siempre llevan toda la razón al elogiarme.

Dos anécdotas recientes

Anécdota #1

El mes pasado entrevisté a Kees Schouhamer Immink, el ingeniero holandés que, trabajando para Philips, creó el sistema de codificación para el CD (1982), DVD (1997) y BluRay (2007). Era una de estas entrevistas concertadas para muchos medios -en mi caso para Vocento– donde periodistas de toda Europa íbamos rotando, charlábamos 15 minutos con el entrevistado y dábamos paso al siguiente.

En estos casos, cada reportero tiene su táctica para sacar al personaje de la tentación de responder con el piloto automático puesto. O al menos, debería tenerla.

Yo tengo varios recursos -que no voy a explicarles aquí- pero con Immink decidí enfocar la entrevista sobre la creatividad, ya que sinceramente creo que se requiere tanta imaginación para crear esto como para crear esto otro. Funcionó muy bien, porque a muchos ingenieros les gusta verse como artistas y no como meros mecánicos seguidores de instrucciones. Immink tiene 68 años y me dijo algo que me sorprendió: «Cuando envejeces tienes más conocimiento, más experiencia y más creatividad».

Le comenté que la percepción general es al revés, que todos somos más creativos cuando somos jóvenes, precisamente porque no tenemos miedo a equivocarnos, pero él me corrigió de nuevo. «La creatividad crece con el tiempo, porque la combino con la experiencia y ya no cometo tantos errores».

Por un lado, me fascinaba su manera de pensar. Es cierto que yo mismo, al empezar a ser periodista, tenía unas ideas sobre reportajes más atrevidas que ahora. Hice muchas de ellas -como un reportaje en 3ª persona escrito con voz de narrador- y resultaron ser un fiasco, nadie quería publicarme algo así. Ni gratis. Ahora tengo ideas locas, pero soy más selecto sobre lo que puede funcionar y lo que no, porque ya he pasado por eso. ¿Significa eso que soy menos creativo o que mi creatividad es ahora más productiva?

Por otro lado, aunque la forma de pensar de Immink era muy inspiradora, su propia biografía no se corresponde con ella.creative-2

Su gran creación, la codificación del CD, la logró con 36 años, y la del DVD a los 51. Esto se corresponde con la mayoría de los estudios que se han hecho al respecto. La gente suele ser más creativa entre los 35 y los 50, dependiendo de si florecen antes o después. Lo que está claro es que en casi todos los casos, la creatividad desciende a partir de la cincuentena, especialmente en los artistas pero también en los científicos.

Si hago toda esta reflexión es porque al escuchar a Immink uno ve una luz tan inspiradora que se ve tentado a escribir sobre la creatividad en la vejez, sacar algunos ejemplos que apoyen la teoría, como este ingeniero codificando el BluRay o la señora que pintó el cristo de Borja. Las fuerzas de la imaginación abalanzándose y torciendo el curso de la naturaleza, un mensaje positivo, quizá algún ejemplo de un novelista que con ochenta años, el hambre y el deseo saciados fue y compuso su mejor novela… Oh, venga, ¿pero a quién pretendo engañar?

Son cosas que dan mucho que pensar, pero casi nada que escribir. La creatividad también está en aprender a desecharlas.

 

Anécdota #2

Hace unos días tuve el gusto de entrevistar al científico de la computación Leonard Kleinrock, también para Vocento. Kleinrock, de 81 años, ha sido galardonado este año con un premio de la Fundación BBVA, por lo que hizo gira por España. Han aparecido entrevistas con él en muchos medios estos días.

En resumen, en el momento en que, en octubre de 1969, un muchacho llamado Charley Kline envió por primera vez información a otro ordenador que estaba a varios kilómetros (los que separan el campus de la UCLA del laboratorio informático de Stanford) a través de la red ARPA, Kleinrock estaba allí de pie junto al teclado.

Casi todos los medios hemos denominado a Kleinrock como uno de «los padres de internet», ya que puso las bases teóricas para que aquella comunicación tuviera lugar. Los padres de internet. Puede que a muchos de ustedes les molesten estas simplificaciones, aunque personalmente creo que son inevitables ya que la historia de la ciencia se acaba estratificando y lo que un día fue el invento de un ingeniero que trabajaba para Edison se acaba convirtiendo en un invento de Edison cien años después. Necesitamos relatos simples para poder aprehenderlo todo.

Bien, hecha esta digresión, el caso es que, acabada la entrevista*, tenía curiosidad y pregunté al señor Kleinrock por esto:

– Cuando pienso en la historia de internet, además de su nombre me vienen a la cabeza otros cuantos: Cerf, Berners-Lee, Roberts, Kahn… ¿pero qué otros nombres destacaría? ¿Qué personas han contribuido decisivamente cuyos nombres han sido casi olvidados?
– En primer lugar, debe tener en cuenta que hay un enorme número de personas que han contribuido al presente de internet. Se ha dejado unos cuantos grandes nombres, uno de ellos es el de Steve Crocker, que estaba al mando de mi grupo de software de UCLA, yo le puse al mando. Y junto a él estaban Vint Cerf, Jon Postel, otro nombre que quizá le suene: Charley Kline, Bill Naylor… otro nombre que debería conocer es Larry Roberts, encargado de montar toda la red de ARPA, y estaba Bob Taylor que era su jefe, estaba Frank Heart en BBN [empresa contratista del Departamento de Defensa] que dirigía el grupo que ganó el contrato para implementar el primer switch, ¡y estaba su gente! Gente como Dave Walden, Willy Crowther, hubo otros nombres que llegaron algo más tarde a escena, por ejemplo Danny Cohen, gracias al cual ahora tenemos streaming en internet, porque convenció a Vint Cerf y Bob Kahn para dividir el TCP en TCP/IP, para que pudiéramos transportar algo más en el IP en lugar de cargar tanto el TCP. Otros nombres a lo largo del camino… estaba Licklider, quien básicamente formó el grupo de investigación en ordenadores de ARPA y quien tenía una visión simbiótica del hombre y el ordenador, había alguna gente en Europa, estaba Peter Kirstein en Reino Unido, estaba… ¿cómo se llama?
– ¿Alguien en el CERN quizá?
– Eso vino mucho más tarde, ahora estoy hablando de los del principio. Lo de Tim Berners-Lee es una aplicación funcionando sobre internet, yo estoy hablando de la columna vertebral de internet. Estaba Louis Pouzin en Francia, en el CYCLADES, y mucha otra gente entre medias, como Bob Metcalfe, quien montó el Ethernet, Dave Clark, quien estaba en el MIT e hizo la primera implementación del TCP en un ordenador personal. Veamos, estaba la gente que creó la primera versión comercial de la web, como Jim Clark en Netscape, y Marc Andreesen que estaba con él… y ya nos vamos a gente mucho más reciente, es decir, los multimillonarios.
– Creo que esos ya son bastante conocidos.
– Puedo pensar en más, si quiere, mientras hablamos. ¡Oh! Paul Mockapetris, estuvo involucrado en la creación del DNS con Jon Postel. Bill Wolff y Dave Mills, en la Fundación Nacional de Ciencia. Veamos hmmm… luego estaban Larry Landweaber y Barry Leiner en los años setenta y ochenta, estaba…

Así siguió un par de minutos más. De alguna forma, la síntesis de «los padres de internet», con su simplificador trazo grueso, empieza a cobrar sentido para mí, y aún así, me sigue poniendo la piel de gallina.

Bien, creo que finalmente he llegado a esa edad en la que descubres que hay una razón fundamental por la que el hombre no ha puesto en marcha la fusión nuclear, la democracia sigue siendo imperfecta y los periódicos no están llenos de inteligencia inteligible.

Es.

Muy.

Difícil.

 

* La entrevista a Kleinrock, con respuestas mucho más interesantes que este descarte que les ofrezco, saldrá publicada el próximo 29 de julio en el suplemento Innova+ que se incluye con los diarios regionales de Vocento.

Agradecimientos

Bueno, como ha anunciado esta mañana Pedrojota -en adelante, el arrendatario- el próximo mes de agosto me incorporo a El Español.

¡Lo sé, lo sé! Qué cambio, ¿verdad? Vale, prefiero que sea el trabajo publicado quien hable por mí, pero sólo un par de apuntes al respecto.

 

Estoy muy contento de entrar a formar parte de esta redacción. Estaré rodeado de periodistas a los que respeto profesionalmente, a los que he leído desde hace tiempo, periodistas que han sacado tiempo y dinero de debajo de las piedras para sacar grandes historias. Tengo muchas ganas de trabajar junto a ellos o a sus órdenes. En definitiva, ayudar a mejorar las historias que ellos saquen y viceversa.

No voy a contar nada confidencial, pero desde la primera entrevista que tuve con ellos… miren, hablábamos todos el mismo idioma. Ellos son ambiciosos y al mismo tiempo muy conscientes del trabajo que costará. Además, me ha encantado que hasta el momento, en el blog de El Español, no hayan sacado manifiestos ni decálogos grandilocuentes sobre el periodismo que harán-haremos, sino muestras reales: reportajes, infografías, perfiles, entrevistas o incluso mini-documentales. No hablando en futuro, sino en presente. Como ven, todavía me cuesta acostumbrarme a usar la primera persona del plural. Necesito una semana en la playa para desconectar del disfraz de lobo solitario.

Sé también que aunque los mimbres sean conocidos para muchos, el medio empieza de cero y llevará un tiempo construir esa confianza casi-ciega con el lector, lograr que entren a El Español con hambre de conocimiento, pero también con la guardia lo suficientemente baja, sabiendo que el menú les alimentará sin intoxicarles. Habrá que hacerlo bien durante meses, qué digo, durante años, para construir ese vínculo que otros medios ya tienen. Y los responsables del periódico saben que el único método es trabajar más horas e intentar llegar más lejos, ser más audaces.

Es un reto descomunal, y al mismo tiempo, un regalo.

 

Lo que no sabemos

Cómo agradecer a toda la gente que durante estos años como freelance han confiado en mí, encargándome trabajos. Desde Patricia Fernández de Lis, que fue la primera en encargarme algo para Público hace 7 veranos, hasta Ramón González Ferriz que se acordó de mi para su Ahora. Como verán, desde medios que ya no existen en papel hasta medios que aún no existen en papel.

Y entre medias, Nuria Ramírez, Araceli Acosta o Jesús Calero de ABC, Pampa García Molina de SINC, Rocío Mendoza de Vocento, Ignacio Fernández Bayo de Divulga, Alfonso Armada en FronteraD, los amigos de Jot Down, los compadres de Civio… en fin, todos los que han contribuido a dar forma a mi portfolio y sin los cuales jamás, nada, nunca, ni de coña, pero qué dices.

 

Bueno, eso. Hemos venido a jugar, así que juguemos.

El papa verde oscuro

He echado un vistazo a la encíclica Laudato si’ (Alabado seas) que el papa Francisco publicó la semana pasada. Dado que no soy aficionado a este tipo de literatura, afronté la lectura con cierta ingenuidad textual pero, por supuesto, armado con otro tipo de prejuicios sobre el autor. La verdad es que me sorprendió que estuviera escrita de forma tan llana y con bastante pulcritud en lo que se refiere a datos concretos sobre el calentamiento global o el ciclo del carbono.

Dicho lo cual, me ha sorprendido un poco la falta de memoria que ha habido en el debate público sobre la encíclica. Personalmente, no soy una persona de gran memoria -salvo en el área de conocimiento inútil, como alineaciones de equipos de los años 90- y quizá por eso suelo tirar de documentación antes de ponerme a teclear.

Por un lado, están los que han encumbrado a Bergoglio como El Papa Verde y a su encíclica como un texto revolucionario al estilo Rachel Carson. Hace apenas dos años el Papa Verde era Benedicto XVI, en cuya encíclica de 2009 Caritas in veritate (Caridad en la verdad) decía cosas como:

«Hoy, las cuestiones relacionadas con el cuidado y salvaguardia del ambiente han de tener debidamente en cuenta los problemas energéticos. En efecto, el acaparamiento por parte de algunos estados, grupos de poder y empresas de recursos energéticos no renovables, es un grave obstáculo para el desarrollo de los países pobres. Éstos no tienen medios económicos ni para acceder a las fuentes energéticas no renovables ya existentes ni para financiar la búsqueda de fuentes nuevas y alternativas».
Nota: Las cursivas son de Su Santidad o de su oficina de prensa.

Y mucho antes, el Papa Verde era Juan Pablo II, que en el Día Mundial de la Paz de 1990 ya urgió a los asistentes a ver el mundo natural como una de las creaciones de Dios que valía la pena proteger. Así que la cuestión es si en el siglo XXI es ya posible tener un papa que no sea verde, si el cuidado por el medio ambiente forma ya parte de la doctrina católica tanto como la castidad.

Por otro lado, también están los que han dicho que Bergoglio debería limitarse a hablar de lo suyo. Por ejemplo Jeb Bush, pre-candidato republicano a las elecciones de 2016, dijo al New York Times: «Espero que mi sacerdote no me castigue por decir esto, pero no recibo lecciones de política económica de mis obispos o mis cardenales o mi papa», lo cual es curioso porque seguramente muchos de los que fueron a ese mitin suyo en New Hampshire han recibido alguna vez lecciones de biología evolutiva u orígenes del universo por parte de sus sacerdotes, obispos o cardenales.

En fin, a lo que iba.

El estado del Vaticano, con todas sus particularidades, es un estado soberano que forma parte de la UNFCC, la convención de la ONU que se encarga del cambio climático. Y como tal, participa en sus actos con su propia delegación y en los últimos tiempos se ha posicionado a favor de la acción política contra el cambio climático.

Sin embargo, el Vaticano no juega a este juego con las mismas reglas que los demás. Debido a que el país es un trozo de 44 hectáreas inserto en mitad de Roma, el Vaticano no estaba obligado a firmar el Protocolo de Kioto, sino acogerse al mismo como «miembro observador». Así que no lo firmó, al igual que hizo Andorra. Tampoco se acogió a la Convención para la Diversidad Biológica en 2009. Es una postura extraña, dado que además Italia, el país que lo rodea por completo, sí se acogió a ambos compromisos. Bien es cierto que en ambos casos el jefe de estado era otro. ¿Será capaz Francisco de sumar la Santa Sede al próximo tratado?

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El cardenal Paul Poupard acepta del fundador de KlimaFa un certificado de bonos de carbono. BusinessWire

Curiosamente, el Vaticano ha hecho bastantes esfuerzos por el medio ambiente en los últimos años. De hecho, sirve un poco como ejemplo en miniatura de las políticas ambientales de países mayores. En primer lugar, en 2007 anunciaron que serían el primer estado carbon-neutral del mundo. ¿Cómo? Gracias a la plantación de un bosque de 10.000 hectáreas en Hungría cuyos árboles absorberían el dióxido de carbono que el Vaticano produce en transportar al Papa, encender los radiadores o iluminar la basílica. La Santa Sede se alió con una empresa húngara llamada KlimaFa, a la que pagaría mediante bonos de carbono, un mecanismo que establecía Kioto para que los países más contaminantes compensaran a los menos contaminantes, y que la Unión Europea pensó que serían geniales para reactivar las nuevas economías del Este.

Lo que ocurrió es que, pese a que Benedicto XVI incluso autorizó al Banco Vaticano para comprar estos bonos, jamás fueron comprados porque KlimaFa no plantó un sólo árbol. De hecho, hoy klimafa.com es un dominio perdido que ofrece consejos sobre las mejores pipas de marihuana.

Fue todo una estafa -no se sabe si por incompetencia o por avaricia- y en 2010 el jefe de prensa del pontífice reconocía que estaban planteándose demandar a los impulsores de la medida por daños a su reputación. No fueron los únicos en caer en manos de especuladores de bonos de carbono, de hecho, el caso del Vaticano aparece en una serie de seis reportajes sobre el tema recogidos en el Christian Science Monitor.

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Benedicto XVI estrecha la mano de Carlos Ghosn,  presidente de Renault, al recibir su Papamóvil eléctrico en 2012. AFP

Luego llegó el boom de las renovables y el Vaticano no se quedó atrás, plantando mil placas fotovoltaicas en el tejado del auditorio Pablo VI, uno de los edificios más modernos del Vaticano, construido en los años setenta. La electricidad limpia generada da para alimentar las necesidades de ese edificio. Y poco tiempo después, con la llegada de los coches eléctricos, llegó el Papamóvil eléctrico con una campaña estupenda para Renault y su presidente, que entregó en persona a Ratzinger las llaves de su nueva Kangoo eléctrica cual presentador de un concurso.

En el fondo da la impresión de que siempre ha sido así, maniobras de relaciones públicas de unos y otros. Presentar a una institución milenaria como sensible, cercana también a los problemas del planeta, y de paso fotografiarse junto al papa: Win-win situation.

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De: Antonio Villarreal
Enviado: Lunes, 22 de junio de 2015, 11:04:22
Para: press@unfccc.int
Good morning,
My name is Antonio Villarreal and I am a Spanish science journalist. I am writing a story on Pope Francis’ encyclical on climate for a Spanish newspaper and was wondering if there are any estimates of the Holy See CO2 emissions or the Vatican footprint. I have been looking for these figures in the UNFCCC documents but haven’t seen anything on this. Are there any sources of information in which I can find these stats? Is Vatican, as an observer country for the Kyoto protocol, exempt to disclose their emission levels, or are these included with the Italian emissions?
Hope you can help, thanks a lot and have a good day. Kind regards,
Antonio
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De: press@unfccc.int
Enviado: Martes, 23 de junio de 2015, 13:34:23
Para: Antonio Villarreal
Dear Antonio Villarreal,
Thank you for your message. You are correct: as an observer State to the
UN Framework Convention on Climate Change, the Holy See is not obliged to
report its greenhouse gas inventory.
Regards,
UNFCCC Press Office
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No me malinterpreten. El papa es una figura muy importante para muchísimos millones de personas y es fantástico que se posicione a favor de reducir las emisiones y cuidar más el planeta. De cara a las negociaciones para Kioto 2, puede tener un efecto positivo para que los ciudadanos de muchos países de mayoría católica, como africanos y centroamericanos, presionen a sus gobiernos para llegar a acuerdos.

Pero si de verdad Francisco quiere jugar a este juego, tiene que jugar con las reglas de todos. Para empezar, dentro de su pequeñísimo ámbito, publicando las emisiones del Vaticano o la huella de carbono de sus pocos, aunque muy móviles, habitantes. Actuar y no sólo predicar al resto de países.

Creo que hay un versículo que dice algo así en la Biblia… quizá era la epístola a los corintios, o no, no, quizá en los efesios. Ya he dicho que mi memoria no es la mejor.